Tras el término del rodaje del thriller “Lifeboat” (1943), Alfred Hitchcock se volcó de lleno en su próximo proyecto. Consciente del deseo del productor David O. Selznick de realizar una película que hablara acerca de las posibilidades terapéuticas de la psicoterapia, Hitchcock llevaba un tiempo buscando una novela que sirviera para cumplir dicho objetivo y cuyos derechos pudiera adquirir sin complicaciones. La idea del director era evitar tópicos que pudiesen resultar controversiales, y por una vez intentar ganarle a Selznick en su propio juego, adquiriendo la opción cinematográficos de una obra para luego revenderle los derechos al productor. La novela que eventualmente escogería Hitchcock sería “The House of Dr. Edwardes”, la cual había sido escrita por John Leslie Palmer y Hilary Aidan St. George Saunders bajo el seudónimo de Francis Beeding. Esta mezclaba brujería, cultos satánicos, psicopatología, asesinatos y confusión de identidades, todo esto al interior de una institución psiquiátrica suiza. A Selznick le gustaría tanto la propuesta de Hitchcock, que terminaría comprándole los derechos al director, tras lo cual este último se puso a trabajar en la confección del guion junto a Ben Hecht. Con el objetivo que los hechos relatados en la cinta tuviesen una suerte de respaldo científico, Hitchcock y Hecht visitaron una serie de instituciones dedicadas a la salud mental antes de parar en los pabellones psiquiátricos del Hospital Bellevue ubicado en Nueva York. El trabajo conjunto de ambos hombres resultó ser sumamente fructífero, especialmente porque los dos compartían una fascinación por los rincones más oscuros de la mente humana. De esta forma, mientras que Hecht se preocupaba de ir hilvanando una trama coherente, Hitchcock aportaba giros argumentales que pudiesen convertir hechos cotidianos en pequeños traumas.

“Spellbound” (1945) se ambienta en la clínica psiquiátrica Green Manors ubicada en Vermont, a la cual llega el joven y prestigioso doctor Anthony Edwardes (Gregory Peck) para reemplazar al director del establecimiento, el veterano doctor Murchison (Leo G. Carroll), quien es forzado a retirarse luego de sufrir un colapso nervioso. El recién llegado no tarda en ser mirado con cierto recelo por el resto de sus colegas, quienes no aprueban su nombramiento como director debido su corta edad. Entre dichos colegas se encuentra la Dra. Constance Peterson (Ingrid Bergman), quien pese a que se caracteriza por su excesiva frialdad y su falta de expresividad, no puede evitar enamorarse de Edwardes. El problema surge cuando Constance descubre que el hombre que asegura ser Anthony Edwardes es un impostor, y lo que es aún peor, es que puede ser un peligroso asesino. La verdad es que el falso Dr. Edwardes es un hombre que sufre de amnesia y que experimenta fobias y reacciones nerviosas cuando es confrontado a imágenes que presentan líneas paralelas sobre un fondo blanco. Convencido de que es un asesino y que por lo tanto es un peligro para Constance, el impostor huye en medio de la noche con dirección a Nueva York para intentar descubrir quién es realmente. Decidida a ayudarlo pese a que ahora es de conocimiento público que se trataba de un impostor, por lo que se ha convertido en un fugitivo de la policía, Constance lo rastrea y posteriormente lo alberga en la casa de su mentor, el Dr. Alexander Brulov (Michael Chekhov), con la esperanza de poder desentrañar los demonios que atormentan la mente de su amado, los cuales le impiden recordar un traumático evento que se esconde en lo profundo de su subconsciente. 


El guion original que inicialmente contenía solo unos leves tintes románticos, los cuales eventualmente fueron exacerbados por Selznick, también albergaba una buena parte de las pesadillas y los traumas del propio Hitchcock, los cuales mantuvo escondidos bajo una avalancha de temerosa represión durante gran parte de su vida. Por ejemplo, uno de los pacientes que está internado en Green Manors y que asegura ser el responsable de la muerte de su padre, no hace más que reflejar el resentimiento y la culpa que caracterizó la relación que Hitchcock mantuvo con su propio padre. De acuerdo a Donald Spoto, autor de la biografía “Alfred Hitchcock: La Cara Oculta del Genio”, algo similar ocurre con la escena en la que tras sufrir un ataque de pánico en medio de un procedimiento quirúrgico, el protagonista comienza a gritar, “¡Abran las cerraduras de las puertas! ¡No pueden mantener a la gente en celdas!” Y es que durante su infancia, Hitchcock habría sido encerrado en la celda de una prisión por su padre, lo que habría marcado profundamente al director. Considerando el aspecto autobiográfico de “Spellbound” y de gran parte de la filmografía del cineasta británico, la cual le permitió plasmar sus tortuosas fantasías y su incombustible sentimiento de culpa, las palabras mencionadas por Constance y el Dr. Brulov en dos momentos puntuales del film cobran especial sentido. Mientras que la primera explica que “La gente a menudo se cree culpable de algo que nunca hizo. Normalmente es algo que se remonta a su infancia. El niño a menudo desea que le ocurra algo terrible a alguien, y si realmente le ocurre algo a esa persona, el niño cree que él ha sido el causante. Y así crece con un complejo de culpa sobre un pecado que ha sido solamente un mal sueño infantil,” el Dr. Brulov asegura, “Es muy triste amar y perder a alguien. Pero al cabo de un tiempo olvidarás. Volverás a tomar los hilos de tu vida allá donde los dejaste hace poco tiempo atrás. Y trabajarás duro. Hay mucha felicidad en el trabajar duro. Quizás la mayor parte de la felicidad.”

Durante el transcurso del film, Hitchcock realiza un esfuerzo por promocionar el psicoanálisis como una disciplina tan efectiva como interesante, en especial durante la secuencia más recordada de la cinta, que es aquella que retrata el sueño recurrente que tiene el personaje de Gregory Peck. Para llevar a cabo dicha secuencia, Hitchcock y Hecht debieron persuadir a Selznick para que les permitiera contratar a Salvador Dalí, quien finalmente entre otras cosas se encargó de realizar una serie de pinturas que buscaban representar el atribulado subconsciente del protagonista. Aunque Selznick pensó que la petición de Hitchcock estaba relacionada al deseo del director de conseguir más publicidad para la producción, la verdad es que el británico solo quería que las secuencias oníricas fuesen lo más vívidas posibles, cosa que sería posible gracias al inconmensurable talento del pintor. Lo que Hitchcock jamás imaginó fue que las ideas de Dalí llegarían a tal extremo, que no le quedó más remedio que aliarse con Selznick para poder controlar la situación. Originalmente, la famosa secuencia diseñada por Dalí tenía una duración cercana a los veinte minutos y era prácticamente incomprensible, por lo que finalmente tuvo que ser simplificada y acotada a una duración de dos minutos. Dicho sea de paso, dicha secuencia fue dirigida por William Cameron Menzies ya que Hitchcock se encontraba en Londres al momento de su rodaje. Sin embargo, su nombre no aparecería en los créditos para no opacar la labor del realizador británico. Si bien visualmente hablando la secuencia es una verdadera maravilla, las conclusiones que se pueden extraer de ella son tan increíblemente literales que incluso resulta decepcionante para quienes no tienen cercanía alguna con el psicoanálisis. 


La escasa profundidad del análisis psicológico que se lleva a cabo a lo largo del film quizás responde a las declaraciones del propio Hitchcock, quien en una ocasión le aseguró a su colega, el francés François Truffaut, que “Spellbound era otra historia de persecución envuelta en un seudo psicoanálisis”. Y es que en gran medida el psicoanálisis se convierte en el gran MacGuffin de la producción, ya que la principal interrogante que presenta la historia es el misterio que se esconde tras la desaparición del Dr. Edwardes. Mucho se ha discutido con respecto a quien fue el responsable que la película gradualmente comenzara a alejarse de los tópicos del psicoanálisis para privilegiar la subtrama romántica y el thriller policial, y el consenso general es que fue Selznick con la ayuda de Ben Hecht, quien durante el transcurso del proceso de producción hizo todo lo posible por demostrarle a Hitchcock quien estaba a cargo. Por otro lado, a nivel interpretativo quien más sobresale es Ingrid Bergman, cuyo personaje, quien se caracteriza por ser una mujer inteligente, perceptiva e independiente, podría argumentarse que es la verdadera protagonista del relato. Gregory Peck por su parte, aun cuando no realiza un mal trabajo en ocasiones es demasiado pasivo, y en aquellos momentos donde su personaje pierde el control tiende a caer en la sobreactuación. Cabe mencionar que tanto para Hitchcock como para Selznick su primera opción para interpretar a Edwardes era Joseph Cotten, pero en aquel entonces el actor tenía que cumplir con un compromiso que había adquirido con anterioridad. Lo que es innegable es que entre la dupla protagónica existe una química que traspasa la pantalla y que se intensificaría tras las cámaras. En una entrevista que Gregory Peck le otorgó a la revista People en 1987, cinco años después del fallecimiento de Bergman, reconoció que tuvo un amorío con la actriz, quien al igual que él estaba casada en aquella época. “Todo lo que puedo decir es que realmente la amaba, y creo que es aquí donde debo parar,” aseguraría el actor. “Yo era joven. Ella era joven. Estuvimos involucrados durante semanas en un trabajo cercano e intenso.”

Aun cuando para algunos espectadores “Spellbound” puede ser considerada como una película algo predecible y un poco cursi, de todas formas es un testamento de la maestría como director de Hitchcock. La cinta posee un buen número de momentos destacables, como por ejemplo una escena en la que un sonámbulo protagonista se pasea con una navaja, alzándose como una potencial amenaza para el mentor de Constance. De hecho, el dilema relacionado a la posible naturaleza homicida del falso Anthony Edwardes, es tanto o más interesante que el misterio central de la historia. Por otro lado, más allá de las secuencias diseñadas por Dalí, la cinta tiene un apartado visual realmente atractivo donde se destaca el uso de la luz y la sombra por parte del director de fotografía George Barnes, el cual refleja el proceso de autodescubrimiento del atormentado protagonista. “Spellbound” sería estrenada en Noviembre de 1945, obteniendo buenas críticas. Recaudó cerca de seis millones de dólares a nivel mundial y recibió seis nominaciones al Oscar, de las cuales obtuvo el galardón a la mejor banda sonora, la cual estuvo a cargo de Miklós Rózsa. Aunque en apariencia los resultados de la película se alzaban como un poderoso argumento para extender la compleja sociedad entre Selznick y Hitchcock, el director se resistió a la idea. Las tensiones entre ambos habían llegado a un punto crítico, y mientras que la carrera de Selznick iba en franco declive, la carrera de Hitchcock, hasta cierto punto gracias al productor, iba en alza. La dupla volvería a trabajar junta en “The Paradine Case” (1948), cinta que marcaría el fin de su relación profesional. Fue así como desde 1948 en adelante, el único productor de Alfred Hitchcock sería el propio Alfred Hitchcock, lo que le otorgaría la libertad creativa que siempre añoró.  

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