La que sería la última cinta alemana del director Friedrich Wilheim Murnau, “Faust” (1926), tiene la distinción de haberse inspirado en una amalgama de obras de fama mundial, entre las que se encuentran la novela “Fausto” del autor Johann Wolfgang von Goethe, la obra teatral “The Tragical History of Doctor Faustus” del dramaturgo Christopher Marlowe, la pintura “An Alchemist at Work” del artista Pietr Brueghel, y un puñado de mitos pertenecientes al folclore alemán. Si bien inicialmente el largometraje cuyo guion fue escrito Hans Kyser iba a ser dirigido por Ludwig Berger, el productor Erich Pommer terminó confiándole el proyecto a Murnau quien recientemente había tenido bastante éxito con el drama “The Last Laugh” (1924). La verdad es que tanto “Faust” como “Metropolis” (1927) del director Fritz Lang, formarían parte del apoteósico plan de Pommer y del estudio alemán Universum Film AG (UFA), quienes deseaban internacionalizar el cine germano. Completadas con solo cuatro meses de diferencia, estas prestigiosas y costosas producciones además de contar con un reparto internacional, se caracterizarían por ser fieles representantes de la sofisticación técnica que en aquel entonces poseían las películas de la industria cinematográfica local. Antes de comenzar con el proceso de filmación, Murnau tuvo que lidiar con algunos cambios en el elenco. Pese a que originalmente la actriz Mary Pickford había sido seleccionada para interpretar a una de las protagonistas, esta tuvo que abandonar el papel luego que su madre se opusiera a la idea que ella interpretara a una mujer que asesinaba a su hijo. A raíz de esto se pensó en reemplazarla con Lilian Gish, otra famosa actriz del cine mudo, pero su reputación de conflictiva tiró por la borda la idea. Eventualmente Murnau se decidiría por la joven Camilla Horn, a quien había conocido durante el rodaje de “Tartuffe” (1925) donde trabajó como la doble de Lil Dagover. En cuanto a la elección del protagonista, tras descartar a John Barrymore el director finalmente se inclinaría por el actor sueco Gösta Ekman, cuyo trabajo había visto en la cinta “Vem dömer” (1922).

La historia de “Faust” es la siguiente: Mefisto (Emil Jannings) y un ángel hacen una apuesta que establece que si el primero es capaz de corromper el alma de un hombre en particular, un viejo alquimista llamado Fausto (Gösta Ekman), ganará dominio sobre la Tierra y sus habitantes. Para poder llevar a cabo su plan, Mefisto invoca una plaga que siembra el caos y la desesperación en la villa donde reside Fausto. Cuando el benévolo alquimista falla en sus intentos por ayudar a sus vecinos, vuelca toda su frustración en Dios y la religión, lo que lo motiva a pedirle ayuda a Mefisto. A cambio de su asistencia, Mefisto obliga a Fausto a firmar un contrato que tiene una duración de 24 horas, tras lo cual los poderes que le ha otorgado desaparecerán para siempre. Sin embargo, cuando los aldeanos descubren que Fausto está colaborando con el Diablo, terminan apedreándolo y exiliándolo de la villa. Desencantado, Fausto acepta firmar otro contrato con Mefisto: a cambio de su alma, el alquimista obtendrá juventud y riquezas que le permitirán disfrutar de toda clase de placeres terrenales. Pese a que durante un tiempo saca provecho de su nueva condición sin medir las consecuencias de sus actos, cuando este eventualmente se enamora de una bella joven llamada Gretchen (Camilla Horn), se ve atrapado en una encrucijada: ¿Será está su caída definitiva o es su última oportunidad para alcanzar la redención?


La narrativa de “Faust” atrae al espectador mediante la presentación de temas binarios, ironía trágica e imágenes potentes. Y es que durante el transcurso de la película Murnau confronta los placeres de la carne con las obligaciones intelectuales, lo visual con lo literario, la salud con la enfermedad, la luz con la oscuridad, el cielo con el infierno, y el bien con el mal, lo que obliga tanto a los protagonistas como al propio espectador a resolver una serie de cuestionamientos existenciales. Por ejemplo, una de las mayores contradicciones vitales que presenta la trama es la noción que para hacer el bien, Fausto debe abrazar el mal y entregar su alma al Diablo. Dentro de esta misma línea de pensamiento, el film asegura que el camino hacia la consecución de los sueños personales usualmente está plagado de encrucijadas, cuyas consecuencias inevitablemente terminan afectando para bien o para mal tanto a quien debe enfrentarlas como a quienes lo rodean, por lo que cada elección debe ser tomada a consciencia. Fausto termina aprendiendo esta lección de la peor manera posible, cuando aquello que más ama es puesto en riesgo. Lo interesante de su conflicto es que debido a que durante todo el proceso experimentado por Fausto el espectador es plenamente consciente de los planes de Mefisto, quien asoma como un experimentado vendedor dispuesto a ofrecerle al protagonista un trato que será incapaz de rechazar, se provoca una mezcla de sentimientos encontrados con respecto a su cuestionable accionar, ya que es imposible simpatizar del todo con él, pero tampoco resulta sencillo condenarlo por sus elecciones ya que son sumamente humanas. Tan interesante como el drama vital de Fausto resulta la interpretación que algunos estudiosos le otorgaron al relato, quienes identificaron en el film de Murnau una fuerte crítica al modelo capitalista que estaba surgiendo en aquel entonces en Europa, el cual a través de sus contratos y sus promesas de prosperidad amenaza con abusar de la gran mayoría en beneficio de unos pocos.

Más allá del discurso social que está contenido en la película, resulta destacable la forma en como Murnau logra fusionar varios géneros sin que eso diluya la efectividad del relato. Mientras que existen escenas que están claramente enmarcadas dentro de género del horror, como por ejemplo aquella en la que Fausto realiza el ritual con el que invoca a Mefisto, o aquellas en las que este último acecha al protagonista desde las sombras con el fin de utilizarlo como un peón en el juego celestial que mantiene con Dios, otras como la escena donde la lujuriosa tía de Gretchen, Marthe Schwerdtlein (Yvette Guilbert), intenta convertir a Mefisto en su pareja, caen en los terrenos de la comedia y el erotismo. Finalmente, también hay espacio para el drama cuando la historia se centra en las trágicas consecuencias que experimenta Gretchen por el solo hecho de haberse enamorado de Fausto. Todo esto adquiere una mayor resonancia gracias al aspecto técnico de la producción, el cual Murnau diseñó meticulosamente durante un lapso de aproximadamente dos años. Mediante la utilización de escenarios elaborados, técnicas expresionistas de iluminación, modelos en miniatura, vestuarios vistosos, y cámaras tanto móviles como subjetivas, el realizador junto a sus colaboradores, el director de fotografía Carl Hoffman y los directores de arte Robert Herith y Walter Röhrig, convirtieron a “Faust” es una verdadera celebración de lo visual por sobre lo literario. Imágenes como por ejemplo la primera aparición de Mefisto, su vuelo por sobre la ciudad, el paseo a bordo de su capa que tiene junto a Fausto hacia un mundo de fantasía totalmente surrealista, y la sucesión de iconografía religiosa y de diversos simbolismos, no solo vienen a reforzar esta noción sino que además tienen por objetivo recordarle al espectador la universalidad de la historia. 


En cuanto a las actuaciones, el trío protagónico realiza un estupendo trabajo, siendo Emil Jannings quien más se destaca gracias a su colorida interpretación de Mefisto. Cabe mencionar que pese a que el actor era cercano a Murnau, ambos tuvieron una serie de problemas durante el rodaje debido a que Jannings era conocido por ser un tipo profundamente antipático, vanidoso y tiránico. Aunque algunos estudiosos, entre los que se encuentra el historiador alemán Siegfried Kracauer, han argumentado que “Faust” distorsionó el arquetipo temático de la historia original al remover una buena parte de sus temas más importantes, la verdad es que lo que hizo Murnau fue revitalizar el relato clásico de Johann Wolfgang von Goethe al explorar otras aristas temáticas y al otorgarle un toque surrealista a todo el asunto. En esencia, “Faust” funciona como un mapa visual que define la geometría y la topografía de lado más oscuro del alma. De la misma forma, la contradicción vital del protagonista inevitablemente termina resonando en la cabeza del espectador, invitándolo a considerar los peligros de la ambición y el hedonismo desmedido. Por otro lado, la película tiene la virtud de presentarse como un producto controversial y revolucionario, que en su momento se atrevió a desafiar las convenciones establecidas por la sociedad alemana, la cual estaba experimentando una serie de cambios sociales, culturales y políticos. Gracias a todo lo previamente mencionado, hoy en día “Faust” es considerado como uno de los grandes clásicos del género del horror, uno cuyo arquetipo del amor, el poder, la moral, la tentación y la redención, no ha perdido un ápice de su atractivo original.

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