Para el que sería su
cuarto largometraje, el director Joseph L. Mankiewicz decidió adaptar la novela
romántica “The Ghost and Mrs. Muir”, la cual había sido escrita por Josephine
Leslie bajo el seudónimo de R. A. Dick. Pese a que Mankiewicz tenía una
excelente reputación como guionista, en esta oportunidad dejó casi la totalidad
del trabajo en manos de Philip Dunne, limitándose a escribir unas pocas líneas del
personaje que sería interpretado por George Sanders, quien dicho sea de paso,
llegó a la producción en reemplazo de Richard Ney luego que este fuese
despedido por no dar con el tono del papel. Si bien inicialmente Mankiewicz
tenía pensando convertir a “The Ghost and Mrs. Muir” (1947) en una comedia
screwball en toda su regla, plan que al menos llevó a cabo durante los dos
primeros días de rodaje, sus intenciones cambiarían drásticamente a petición
del productor Darryl F. Zanuck, quien le exigió replantear el proyecto y
otorgarle un enfoque más inclinado hacia el melodrama. A raíz de esto, el
director optó por utilizar un humor mucho más sutil, el cual combinaría con algunos
toques de horror gótico y con dosis importantes de romance y melodrama,
configurando una historia rica en matices con un considerable impacto
emocional. Por otro lado, esta producción le permitiría a Mankiewicz volver a reunirse con la actriz
Gene Tierney, con quien había trabajado en su ópera prima, “Dragonwyck” (1946),
y colaborar por primera vez con Rex Harrison, quien era conocido por ser un
actor algo conflictivo. Pese a su mala fama, la amena relación que Harrison (a
quien Mankiewicz solía describir como un Stradivarius) mantuvo con el director
durante el transcurso del rodaje, permitiría que eventualmente entablaran una
fructífera relación profesional que se extendería durante el curso de cuatro
largometrajes.
“The Ghost and Mrs.
Muir” se ambienta en Inglaterra a principios del siglo XX, donde una joven
viuda llamada Lucy Muir (Gene Tierney) se muda junto a su hija Anna (Natalie
Wood) a un caserón cerca del mar llamado Gull Cottage, pese a la desaprobación
de su opresiva suegra Angelica (Isobel Elsom) y su entrometida cuñada Eva
(Victoria Horne). Aunque el lugar en apariencia se encuentra vacío, durante su
primera noche en su nueva casa descubre que además de su hija y su fiel criada
Martha Huggin (Edna Best), en su interior habita el fantasma de su antiguo
propietario, el Capitán Daniel Gregg (Rex Harrison). Pese a la actitud inicial
del malhumorado pero inofensivo Capitán Gregg, a quien no le hace demasiada
gracia que haya gente viviendo en su vieja morada ya que deseaba utilizarla
para albergar a marinos retirados, este eventualmente termina cediendo ante la
obstinación de la Sra. Muir, a quien poco le importa que la casa esté embrujada
ya que está decidida a vivir su nueva vida bajo sus propios términos. Como es
de esperar, la relación entre ambos inicialmente no será sencilla ya que se
trata de dos personas absolutamente opuestas. Mientras que Lucy es una mujer
educada que ha vivido gran parte de su vida dependiendo de otras personas, Gregg
es un marino algo tosco y misógino que durante el transcurso de su vida evitó
entablar cualquier tipo de relación seria por temor a que eso pudiese privarlo
de una existencia llena de aventuras y emociones. Sin embargo, a medida que
pasa el tiempo entre ambos se genera una linda relación de amistad que amenaza
con convertirse en una historia de amor imposible.
La decisión de Lucy
Muir de mudarse junto a su hija a una casa que planea pagar con la herencia que
le dejó su difunto marido, en un principio asoma como un débil acto de
rebelión, como un escape modesto de la vida que hasta entonces estaba llevando.
Su estado mental luego de asumir su viudez, es similar al de una adolescente
soñadora que tiene la esperanza que suceda algo inesperado que la rescate de su
vida monótona. Sin embargo, lo único que es realmente seguro es el proceso de
envejecimiento al que se verá enfrentada su hija, su criada y ella misma. Hasta
cierto punto, Lucy Muir podría ser descrita como una mujer que más que estar
resignada a su suerte, se ha reconciliado con su destino en el más completo
silencio. Ni su matrimonio convencional basado más en el afecto que en la
pasión, ni haber tenido una hija por cuya existencia ella no reconoce ningún
mérito (“Ella simplemente sucedió,” señala en un momento del film), y ni
siquiera el temprano fallecimiento de su marido, le han arrebatado las ganas de
vivir o la han arrastrado a un estado de desesperación incontrolable. Sus
ansias de cambio eventualmente se materializan en la figura del fantasma del
Capitán Gregg, a quien conoce una noche marcada por una fuerte tormenta
mientras intenta hervir un poco de agua en la cocina. Dicha escena, donde Lucy
rápidamente acepta que la casa está habitada por un fantasma, más allá de introducir
al personaje de Harrison tiene por objetivo establecer la noción que los
muertos actúan como una presencia activa en este plano terrenal, lo que es
fundamental para el buen desarrollo de la trama. Desde ese punto en adelante,
ambos personajes establecen una relación muy cercana a la vida conyugal. Aun
cuando puede escuchar y ver al Capitán, Lucy es consciente que él es un
espíritu por lo que no tiene mayores inconvenientes es desnudarse e irse a la
cama en un cuarto que no solo está embrujado, sino que además está habitado por
el Capitán. Incluso durante su primera noche juntos, cuando la fantasmal voz de
su compañero realiza algunos comentarios positivos acerca de su figura, ella
casi no protesta porque sabe que él es un ser inmaterial, y que incluso existe
la posibilidad que sea un producto de su vívida imaginación. Uno de los
aspectos más extraordinarios de “The Ghost and Mrs. Muir” es que los dos
protagonistas están plenamente conscientes que se mueven en planos diferentes -
el físico y el espiritual - por lo que nunca se rebelan ante aquello,
transmitiéndole en el proceso su tranquilidad al espectador.
Por razones obvias el
romance que se establece entre Lucy y el Capitán es prácticamente platónico, lo
que no quita que esté marcado por el hábito, el extenso conocimiento mutuo, la
confianza del uno por el otro, y el descubrimiento gradual por parte de ambos
que no pueden estar separados. Sin embargo, su relación eventualmente se ve
fracturada por la llegada de Miles Fairley (George Sanders), un encantador
autor de cuentos infantiles que escribe bajo el seudónimo de “Tío Neddy”, quien
termina conquistando a Lucy pese a la desconfianza que el hombre genera tanto
en Martha como en el propio Capitán. Cuando este último intenta convencer a su
“Lucía” que Fairley no le conviene, ella de inmediato le pregunta si es un
crimen estar vivo y si él se siente superior porque no lo está. Es en ese
momento cuando el Capitán le responde que en ocasiones es problemático estar
vivo porque “los vivos pueden ser lastimados”, a lo que inmediatamente agrega,
“la verdadera felicidad vale la pena casi cualquier riesgo,” dando a entender
entre líneas que está pronto a desparecer para que Lucy pueda finalmente intentar
ser feliz, aunque eso no sea precisamente lo que sucede. Y es que Fairley pese
a ser alguien poco confiable, representa el futuro y la vida con todos sus matices,
mientras que el Capitán es el fiel representante del pasado, de la muerte y de
lo inalcanzable. Lo más triste de “The Ghost and Mrs. Muir” es que se trata de
una película acerca de una historia de amor que comenzó demasiado tarde y que
eventualmente se queda en nada, al menos de forma temporal. Lo que es aún peor,
es que también es un relato que habla sobre renunciar a ciertas cosas, como por
ejemplo a aquello que solo está compuesto por palabras, a lo insatisfactorio y
lo absurdo, a los sueños y la fantasía, y por sobre todo a los recuerdos,
porque ellos resultan dolorosos ya que albergan aquello que no fue.
Tan importante como
el guion y la dirección de Mankiewicz, son las actuaciones de la totalidad del
elenco cuyo trabajo en sencillamente espectacular. La interpretación del
personaje de Lucy Muir por parte de Gene Tierney es probablemente una de las
mejores de su carrera, ya que construye a una protagonista que es encantadora,
humana e independiente, al mismo tiempo que logra transmitir la soledad que
conlleva dicha independencia. Su indiscutible química con Rex Harrison por otro
lado, cuyo personaje es sumamente colorido, provoca que las escenas que ambos
comparten sean las mejores de la película. Por otro lado, tanto la dirección de
fotografía de Charles Lang, la cual sería merecedora de una nominación al
Oscar, como la emotiva banda sonora de Bernard Herrmann, son parte de los
puntos altos de la producción. Con respecto al trabajo de Herrmann, según el historiador
Steven C. Smith el compositor consideraba que era “la mejor banda sonora de su
carrera: poética, única, y sumamente personal. Contiene la esencia de su
ideología romántica… su fascinación con la muerte, con el éxtasis romántico, y
con la belleza de la soledad.” El film de Mankiewicz es una verdadera
combinación de estados de ánimo y emociones. Es un melodrama, una comedia, una
película de tintes fantásticos, una historia de amor y un relato de fantasmas,
pero por sobre todo es una cinta sobre las distintas formas en las que una
persona puede vivir su vida, y sobre los diversos caminos que pueden conducir
hacia la felicidad. Al mismo tiempo, “The Ghost and Mrs. Muir” asoma como un
ejercicio cinematográfico peculiar ya que provoca que el espectador desee el
fallecimiento de la protagonista, no porque ella le provoque rechazo o porque
se lo merezca, sino debido a que es la única manera en la que podrá alcanzar su
“final feliz”, uno que implica la total abolición del tiempo, la contemplación del
futuro como si fuese el pasado y del pasado como si fuese el futuro, y la
reconciliación con la muerte, porque a través de ella al fin podrá convertirse
en un espíritu como su amado Capitán.
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