En 1960, la escritora Harper Lee publicaría la novela semi autobiográfica “To Kill a Mockingbird”, la cual la haría merecedora del premio Pulitzer al año siguiente. La historia de un valiente abogado llamado Atticus Finch que tomaba la defensa de un hombre de raza negra que es acusado de violación durante la Gran Depresión, no tardó en llamar la atención de los ejecutivos de los Estudios Universal, quienes se apresurarían a comprar los derechos de la novela. Aunque la idea original de los ejecutivos era que Rock Hudson protagonizara la adaptación, el productor Alan J. Pakula y el director Robert Mulligan estaban convencidos que Gregory Peck era el actor indicado para interpretar a Finch, por lo que decidieron enviarle una copia del libro de Harper para ver si le interesaba participar en el proyecto. Una vez que Peck se sumó a la producción, el elenco sería completado por los debutantes Mary Badham y Phillip Alford, el actor afroamericano Brock Peters quien hasta ese entonces había interpretado casi exclusivamente a villanos en varias películas, y un joven Robert Duvall quien había logrado impresionar al guionista Horton Foote con su actuación en la obra teatral “The Midnight Caller”. Con respecto a Duvall, fue tal su compromiso con el rol que iba a interpretar y que eventualmente lo ayudaría a saltar a la fama, que el actor permaneció a la sombra durante seis semanas y se tiñó el cabello rubio con el objetivo de tener la apariencia de alguien que había permanecido gran parte de su vida encerrado en un sótano. Peck también mostraría una especial preocupación a la hora de preparar su personaje. De hecho, viajó junto a Pakula y Mulligan hasta Alabama para conocer al padre de Harper Lee, cuya vida había inspirado a la novela. Durante su carrera, Amasa Coleman Lee se desempeñó como editor de un periódico, político y abogado, adquiriendo cierta notoriedad por un par de casos judiciales donde defendió a hombres afroamericanos, siendo el más recordado el controversial caso de “Los Chicos de Scottboro”, donde nueve adolescentes de raza negra fueron injustamente acusados de violar a dos mujeres blancas a bordo de un tren en Alabama.

“To Kill a Mockingbird” (1962) se desarrolla durante la Gran Depresión, época que afectó especialmente a los estados del sur de los Estados Unidos, cuyos ciudadanos debieron enfrentarse a la miseria, la ignorancia y el racismo en sus intentos por sobreponerse a la crisis que estaban experimentando. Es en este contexto desolador que se desenvuelve una pareja de hermanos de diez y seis años de edad llamados Scout (Mary Badham) y Jem Finch (Phillip Alford), quienes junto a su nuevo vecino un niño llamado Dill (John Megna), se ven involucrados en diversas aventuras al mismo tiempo que hacen todo lo posible por reunir información acerca del misterioso vecino de los Finch, Boo Radley (Robert Duvall). Mientras el trío de niños se preocupa de divertirse, el padre de la pareja de hermanos, el abogado Atticus Finch (Gregory Peck), se ve en medio de una pugna racial cuando acepta defender a un hombre afroamericano llamado Tom Robinson (Brock Peters), quien es falsamente acusado de haber atacado a una muchacha blanca (Collin Wilcox). Decidido a probar la inocencia de Robinson, Finch no solo tendrá que hacerle frente al implacable sistema judicial estadounidense, sino que además a los prejuicios de una comunidad que piensa que la gente blanca es superior a las personas de raza negra, y que aquellos que colaboran con los afroamericanos son traidores a su propia raza, lo que sitúa a Atticus y a su familia en una delicada situación. 


Contrario a lo que se podría suponer, “To Kill a Mockingbird” está relatada desde el punto de vista de los hijos de Atticus, lo que le otorga un tono mágico a una historia que está lejos de carecer de realismo. Lo que quizás resulta más destacable con respecto al trabajo de Robert Mulligan, es que se las arregla para que la película resuma la experiencia de toda una generación perteneciente a una determinada región de los Estados Unidos, al mismo tiempo que repasa todo tipo de temas que van desde lo más relevante socialmente hablando, como por ejemplo la encarnada lucha racial que se vivía en aquel entonces, hasta aquello que parece más trivial como la rivalidad entre hermanos o la lealtad entre amigos. Y es que básicamente “To Kill a Mockingbird” es un relato acerca de los fugaces días que componen la niñez, época en la cual un neumático viejo tiene la capacidad de convertirse en un juguete espectacular, y unos muñecos de jabón, un reloj roto y una navaja en un tesoro bien guardado. En las excursiones que realizan durante el verano, Jem, Scout y Dill se ven enfrentados al bien y el mal, lo que los lleva a refugiarse en su propia imaginación de los horrores del mundo de los adultos. De hecho, será su inocencia y su curiosidad lo que provoca que se involucren en situaciones que escapan a su comprensión, las cuales ellos se limitan a interpretarlas como un juego. El mejor ejemplo de aquello es la escena en la cual Atticus se ve enfrentado a una turba que busca linchar a Robinson mientras este se encuentra en la cárcel local. Es entonces cuando Scout, Jem y Dill interrumpen súbitamente la tensa confrontación. Scout, quien no entiende que está sucediendo, reconoce a uno de los adultos que componen la turba, y de inmediato le envía saludos a su hijo, quien es su compañero de clase. La vergüenza que provoca en los adultos esta simple intervención, será lo que finalmente permite que la turba se disuelva. El hecho que “To Kill a Mockingbird” haga todo esto sin dejar de lado el punto de vista de los niños, es probablemente uno de los mayores méritos de una producción que mediante la utilización de un estilo narrativo simple logra tener un efecto emocional importante en el espectador.

Es recién en la segunda mitad de la cinta que la trama judicial adquiere una mayor importancia, convirtiéndose en el centro de interés de la historia. Mulligan se da el tiempo para seguir de cerca cada uno de pasos del proceso judicial hasta llegar a su dramática conclusión. El director también se preocupa de retratar como este triste y controversial acontecimiento afecta la vida de todos los involucrados, lo que se corona con una enternecedora y significativa muestra de respeto de la población afroamericana hacia Atticus y su labor como defensor de Robinson. Por otro lado, tan importante como los acontecimientos que se narran, son las actuaciones de la totalidad del elenco participante. Tanto Mary Badham (quien recibió una nominación al Oscar como mejor actriz secundaria) como Phillip Alford asoman como una verdadera revelación, ya que sus interpretaciones se destacan por su marcada naturalidad, sus matices y su capacidad para transmitir el asombro infantil que los invade incluso cuando se enfrentan a las cosas más triviales. El elenco secundario es igualmente sorprendente, desde James Anderson quien interpreta al villano de la historia el perturbador Bob Ewell, hasta Brock Peters quien le da vida al estoico y trágico Tom Robinson, e incluso Robert Duvall quien pese a tener un rol menor se roba los últimos momentos del film como Boo Radley. Independiente del buen trabajo del elenco, es Gregory Peck quien se alza como el centro moral de la película. Su interpretación del correcto y valiente abogado incluso conmovió a la propia Harper Lee, quien no pudo evitar romper en llanto cuando vio al actor interpretar el papel por primera vez durante las tres semanas que ella estuvo en el set de filmación al inicio del proceso de rodaje. Como bien lo menciona Cecilia Peck (hija del actor) en uno de los extras que están incluidos en el Blu-ray de la cinta, toda una generación creció deseando que el Atticus Finch de Peck pudiese ser su padre, lo que no resulta difícil de entender viendo el encanto, la rectitud y el estoicismo con el que Finch desempeña tanto su rol de abogado como el de padre. 


“To Kill a Mockingbird” recibiría un total de ocho nominaciones al Oscar entre las que se encuentran mejor película, mejor director, mejor fotografía, mejor banda sonora, mejor actriz secundaria, mejor actor, mejor guion adaptado y mejor dirección de arte, obteniendo el preciado galardón en estas tres últimas categorías. En el caso particular de la dirección de arte, la cual estuvo a cargo de Alexander Golitzen, Henry Bumstead y Oliver Emert, estuvo fuertemente apoyada por los ejecutivos de los Estudios Universal quienes no escatimaron en gastos a la hora de recrear la ciudad natal de Harper Lee, Monroeville, lo que los llevó a rescatar una serie de propiedades ubicadas en la ciudad de Los Ángeles que estaban a punto de ser demolidas, las cuales tenían el aspecto preciso que se requería para recrear una ciudad que había sido fuertemente golpeada por la Gran Depresión. Son muchos los motivos por los cuales “To Kill a Mockingbird” puede ser considerado como un clásico incombustible, una verdadera obra de arte que no ha perdido un ápice de su encanto con el paso del tiempo. Y es que el guion de Horton Foote da pie al drama, a la comedia, a la nostalgia, a la cruda realidad que dominó una época de la historia de Norteamérica, y al horror del mundo de los adultos que de vez en cuando irrumpe de manera aterradora e impredecible en la fragilidad del mundo infantil generando la pérdida de la inocencia. No conforme con esto, la cinta presenta algunos guiños a los relatos infantiles, como sucede por ejemplo en una escena donde Jem y Scout van caminando por el bosque mientras están siendo acechados por una presencia siniestra que busca emular al lobo feroz de los cuentos. Es tal la importancia cinematográfica de “To Kill a Mockingbird”, que incluso el año 2003 el American Film Institute reconoció a Atticus Finch como el héroe más importante del cine del siglo veinte.

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