En 1945, tras los ataques nucleares que sufrieron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el miedo al estallido de una guerra nuclear se apoderó de la población mundial. El cine al igual que otras formas de arte, no tardaría en hacer eco de esta nueva amenaza, en general a través de parábolas en clave de ciencia ficción que exploraban los posibles efectos en la población que podría tener la utilización de armas nucleares y su posterior halo radiactivo, los cuales si bien en aquel entonces no eran del todo conocidos, de todas formas resultaban aterradores considerando lo sucedido en Japón. Mientras que muchas de las películas de ciencia de ficción que se realizaron en aquel periodo teorizaban con la aparición de mutantes o monstruos fantásticos como consecuencia directa de la exposición a altas dosis de radiactividad, un puñado de realizadores prefirió centrarse en el potencial drama humano al que se verían sometidos los sobrevivientes de un supuesto holocausto nuclear. Ese es precisamente el caso de “Five” (1951), cinta escrita, producida y dirigida por Arch Oboler, un polifacético personaje que durante la década del treinta había adquirido cierta notoriedad gracias a su participación en diversas producciones radiofónicas, entre las cuales se incluye la popular serie antológica de horror “Lights Out”, la que se caracterizaría por su extrema violencia (para la época). Sería precisamente una de esas producciones radiofónicas, una que llevaría por título “The Word” y que estaría protagonizada por Bette Davis, la que serviría de base para el guion desarrollado por Oboler.

Con un presupuesto de tan solo $75.000 dólares (los cuales supuestamente el director obtuvo hipotecando su casa), Oboler tuvo que tomar una serie de medidas para disminuir los costos de producción al mínimo. Entre otras cosas, el rodaje se extendió durante cuatro semanas y media y gran parte del proceso tuvo lugar en la casa de invitados del propio Oboler, la cual había sido diseñada por Frank Lloyd Wright. En cuanto a las pocas escenas en exteriores que presenta el film y cuyo objetivo es retratar la destrucción y la desolación provocada por el estallido de una bomba nuclear en la ciudad de Los Ángeles, estas fueron filmadas en el pueblo de Glendale a primeras horas de la mañana. Por último, el equipo de filmación estaría conformado por cinco estudiantes de la Universidad del Sur de California, y el elenco sería constituido por un grupo de completos desconocidos. Debido a la precariedad de todo el asunto, Oboler no contó con un maquillador ni con un encargado de vestuario, por lo que los actores se vieron obligados a llevar su ropa y a maquillarse por cuenta propia. Aparentemente, el director además de ser extremadamente tacaño era un hombre extraño y desagradable. No contento con tener una serie de problemas con su pequeño grupo de colaboradores, llegando incluso a los golpes con uno de ellos, decidió utilizar a un bebé de verdad en vez de un muñeco en una escena donde la actriz Susan Douglas debía tropezarse con él en los brazos. Pese al temor expresado por Douglas, Oboler la obligó a realizar la escena con el bebé argumentando que “quería que sintiera lo dramático de la situación”. 


La película se ambienta en una época indeterminada, inmediatamente después de un holocausto nuclear que ha asesinado prácticamente a la totalidad de la población mundial (situación que es establecida por Oboler mediante la utilización de una serie de fotografías de archivo sobre las cuales aplica un humo negro que simula una nube de hongo). En medio de este mundo completamente en ruinas, donde es posible distinguir los cadáveres de cientos de personas repartidos por las calles de la ciudad donde se desarrolla el relato, deambula una mujer llamada Roseanne Rogers (Susan Douglas), quien parece ser la única sobreviviente. Cuando eventualmente se las arregla para llegar a la casa de su tía, la cual está ubicada en unas colinas, se encuentra con la sorpresa que en su interior se está refugiando un hombre llamado Michael (William Phipps), quien es un intelectual que logró escapar de Nueva York y que lleva un tiempo buscando a otros sobrevivientes. Inicialmente la relación entre ambos resulta ser sumamente compleja, especialmente porque Michael intenta acercarse a ella de forma agresiva con la intención de intimar, tras lo cual ella le aclara que está embarazada y que su único deseo es encontrar a su marido, el cual desconoce si está vivo o muerto. Eventualmente la pareja se encuentra con otros dos sobrevivientes: Charles (Charles Lampkin), un afroamericano que trabajaba como portero en un banco de Santa Bárbara, y Oliver P. Barnstaple (Earl Lee), un bondadoso anciano que se desempeñaba en el mismo establecimiento como cajero. Desde ese momento en adelante, los cuatro sobrevivientes se establecen como una peculiar familia, lo que entre otras cosas motiva a Michael y Charles a intentar sembrar algunos vegetales que puedan proveerles de alimento en el futuro.

Si bien durante un tiempo el improvisado grupo logra llevar una vida relativamente apacible pese a no contar con demasiadas comodidades y a sabiendas que existe la posibilidad que sean los únicos sobrevivientes de la Tierra, todo se complica cuando descubren que Barnstaple presenta intoxicación por radiación. Resignado ante su cruel destino, el anciano solo pide que lo lleven a la playa para poder apreciar el mar por una última vez. Es en aquel lugar que encuentran a un nuevo sobreviviente, un hombre llamado Eric (James Anderson), quien es un egocéntrico y poco confiable montañista que estaba escalando el Monte Everest cuando ocurrió el desastre nuclear. Su naturaleza codiciosa, traicionera y racista, es el principal generador de conflictos durante la segunda mitad de la película. Y es que no solo intenta manipular a Roseanne, quien además se convierte en el objeto de su deseo desatando una serie de conflictos entre él y Michael, sino que además su discurso que no hace otra cosa que representar el paradigma nazi, lo que incrementa los niveles de tensión entre los cuatro sobrevivientes (cinco si se considera al bebé de la mujer) y detona una escalada de violencia con consecuencias fatales. Eric básicamente cree que el motivo por el cual él y los otros aún siguen con vida no responde a un mero hecho fortuito, sino que es porque son inmunes a la radiación. Dentro de su esquema mental, Charles no tiene cabida entre los amos de este nuevo mundo post apocalíptico solo por el hecho de ser afroamericano. Finalmente será su orgullo y su soberbia lo que provocará que el horror que experimenta cuando se entera que también ha sido afectado por la radiación, sea tan grande como el horror que siente cuando se da cuenta que no es la encarnación de una raza superior y que está pronto a fallecer.  


Las actuaciones en general son sorprendentemente buenas. Susan Douglas por ejemplo, más allá del hecho que tiende a sobreactuar en algunas de las escenas con mayor carga emotiva, construye a un personaje sumamente interesante que presenta una curiosa dualidad, ya que Roseanne se presenta como una mujer indefensa pero calculadora, inteligente pero por momentos algo limitada a nivel intelectual. Esa misma dualidad es compartida por el personaje interpretado por William Phipps, quien más allá de su discurso de tono filosófico se alza como un hombre que no puede evitar tener pequeños estallidos de ira. El personaje interpretado por Charles Lampkin en cambio, resalta como un hombre humilde, inteligente y bien intencionado, quien es tratado como un igual por la gran mayoría de los sobrevivientes, a quienes poco les importa su color de piel. Por otro lado, pese a su reducido presupuesto y a la escasa experiencia de gran parte del equipo de filmación, el aspecto técnico de “Five” tiene varios elementos a destacar. Para empezar, la dirección de fotografía de Sid Lubow y Louis Clyde Stoumen es responsable del tono documental que presenta la cinta, el cual le otorga unas dosis adicionales de dramatismo a todo el ejercicio. Igualmente destacable resulta ser el trabajo conjunto del editor Ed Spiegel y del técnico en efectos visuales John Hoffman, quienes por ejemplo son los grandes responsables de la espeluznante escena donde Roseanne busca a su esposo en una desolada ciudad de Los Ángeles, todo esto al ritmo de las sirenas de defensa civil. Por último, el uso constante de acercamientos súbitos, giros rápidos de cámara, reajustes de enfoque y cámara en mano, acercan a “Five” más al cine arte experimental que al cine comercial, razón por la cual la cinta de Oboler es por muchos considerada como la primera película de ciencia ficción enmarcada dentro de los terrenos del cine arte.

Desde su estreno, “Five” ha sido blanco de una serie de críticas que hacen alusión a su falta de respaldo científico. Mientras que algunos entendidos han hecho hincapié en que es imposible que los protagonistas hayan podido escapar de las ciudades afectadas sin ningún tipo de problema físico generado por las explosiones del armamento nuclear o por su exposición a la radiación, otros han indicado que es sencillamente inverosímil que Eric haya podido viajar desde Asia hasta Norteamérica sin ningún tipo de ayuda. Aun cuando el aspecto científico de la cinta es uno de sus puntos más bajos, junto con su ritmo narrativo algo pesado y ciertos diálogos que poseen un cariz claramente bíblico, este no afecta en lo absoluto la experiencia cinematográfica orquestada por Oboler. Comparado por algunos historiadores con Orson Welles, en especial por su salto de la radio al cine, Oboler en esta oportunidad construye un interesante estudio del comportamiento humano en situaciones extremas, donde se establece que el correcto funcionamiento de las dinámicas interpersonales requiere de la cooperación de todas las partes. Aun pese a ser una película marcadamente pesimista, “Five” deja un pequeño espacio para la esperanza que pareciera asegurar que la humanidad será capaz de salir adelante sin importar las adversidades que deba enfrentar. Su trasfondo temático eventualmente se convertiría en el precursor de gran parte de las películas que se centrarían en el tema del “día después”, y de cintas como “The Night of the Living Dead” (1968), hecho que sería reconocido por el propio George A. Romero.  

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