A fines de la década del cincuenta, un
joven estudiante aficionado al cine y la literatura fantástica llamado Joseph
Green, comenzó a escribir y dirigir cintas publicitarias con la esperanza que
algún día se le abrieran las puertas de la industria cinematográfica norteamericana.
Cuando en 1959 su amigo Harry Blaney, quien trabajaba como productor en
Broadway, le presentó al productor de cine de bajo presupuesto Rex Carlton, Green
pensó que al fin se la había presentado la oportunidad que tanto tiempo llevaba
añorando. Y es que en aquel entonces, Carlton estaba buscando a alguien que
quisiera dirigir una película destinada a horrorizar al público adolescente,
cuyo título tentativo era “I Was a Teenage Brain Surgeon”. Tomando el proyecto
de Carlton como base, Green se inspiró en cintas como “Donovan´s Brain” (1953)
y “The Man Without a Body” (1957), y en un lapso de tres días escribió un guion
titulado “The Head That Wouldn´t Die”, título que eventualmente el distribuidor
cambiaría por “The Brain That Wouldn´t Die”. Con un presupuesto de tan solo
$125.000 dólares, Green se lanzó a la tarea de filmar la película en un periodo
de trece días al interior de un estudio de 400 metros cuadrados, el cual estaba
situado en el sótano del hotel Henry Hudson de Nueva York. Debido a lo precario
de la producción, el asistente de dirección Tony LaMarca y el editor Leonard
Anderson, eran los únicos miembros del equipo de filmación que poseían cierta
experiencia en la industria cinematográfica. En cuanto al elenco participante,
solo algunos de ellos fueron reclutados a través de una agencia de actores,
como por ejemplo Jason Evers, Virginia Leith y el gigante de circo Eddie
Carmel, mientras que el resto no eran precisamente actores profesionales ya que
se presentaron al proceso de casting luego de ver un discreto anuncio publicado
en un periódico local.
El gran protagonista de “The Brain
That Wouldn´t Die” (1962) es el doctor Bill Cortner (Jason Evers), un
inescrupuloso cirujano que lleva algún tiempo desarrollando una peculiar
técnica de trasplante de órganos y extremidades que no es bien vista por sus
colegas, incluyendo a su propio padre (Bruce Brighton). Cierto día, mientras se
dirige a la casa de campo de su familia en compañía de su prometida Jan Compton
(Virginia Leith), esta última resulta decapitada cuando sufren un horrible
accidente automovilístico. Aun en shock por el horrible acontecimiento, Cortner
rápidamente recupera la cabeza de su novia y de inmediato la lleva hasta el
laboratorio que tiene habilitado en el subterráneo de su domicilio, con el
objetivo de intentar regresarla a la vida mediante la puesta en práctica de un
cuestionable procedimiento experimental. Asistido por su deforme ayudante Kurt
(Anthony La Penna), Cortner eventualmente revive la cabeza de Jan, quien al
percatarse de su particular situación le ruega al científico que la deje morir.
Sin embargo, Cortner está decidido a recuperar a su amada, aun si eso implica
asesinar a otra mujer para poder trasplantar la cabeza de Jan a su cuerpo. Como
si todo esto no fuese lo suficientemente complicado, una enfadada Jan comienza
a desarrollar poderes telepáticos que le permiten comunicarse con un peligroso
mutante (Eddie Carmel), víctima de un experimento previo fallido de Cortner, a
quien este último mantiene encerrado en una de las habitaciones del
laboratorio, al cual terminará utilizando como el instrumento de su siniestra
venganza contra quienes la han obligado a vivir en condiciones absolutamente
inhumanas.
Como muchas otras cintas de ciencia
ficción, “The Brain That Wouldn´t Die” se inspira al menos parcialmente en la
clásica obra “Frankenstein” de Mary Shelley, y de paso intenta explorar otras
temáticas que resultan interesantes considerando el peculiar contexto en el que
se desarrolla el relato. Por ejemplo, durante la excesivamente larga secuencia
introductoria que se ambienta al interior de un quirófano, se sugiere que uno
de los grandes deseos de Bill Cortner es dejar atrás la filosofía conservadora
de su padre, para dar paso a ciertos conceptos sumamente innovadores pero
intrínsecamente poco éticos, cuyos alcances son claramente peligrosos para
todos los involucrados, lo que puede interpretarse como una modernización del
mito de Ícaro y Dédalo. Su deseo por llegar a lugares donde nadie ha llegado antes médicamente hablando, solo se equipara con el supuesto amor que siente por su
prometida, lo que provoca que su trágico accidente se convierta en el detonante
de su locura, una locura que va estrechamente relacionada con la muerte y el
horror. Aun cuando inicialmente puede detectarse una cierta nobleza en su accionar,
esto rápidamente se diluye cuando inicia la búsqueda de un nuevo cuerpo para la
cabeza de Jan en clubes nocturnos, en oscuros callejones, y en concursos de
belleza, dando a entender que su particular cruzada responde más a una
necesidad sexual que sentimental. Demostrando una completa desconexión con sus
sentimientos, Cortner no solo obliga a su prometida a vivir artificialmente en
contra de su voluntad, sino que además eventualmente engaña a una ex novia
(Adele Lamont) cuyo rostro está desfigurado, bajo la promesa de arreglar sus
defectos físicos mediante la realización de una cirugía plástica que
evidentemente no saldrá como ella espera.
Por supuesto que para aquel entonces, Cortner
ha demostrado que esconde algunos monstruos en el armario tanto literal como
figurativamente hablando. Debido a que el mutante encerrado en su laboratorio
representa sus más oscuros errores, aquellos que se rehúsa a exponer porque lo
sumirían en una profunda vergüenza y destruirían por completo su carrera,
muchos estudiosos del cine y críticos especializados han señalado que su
accionar también se relaciona con la posible homosexualidad reprimida del
protagonista. A la ambigüedad sexual del científico, se le suman otros momentos
que hacen referencia a la sexualidad de otros personajes que participan en la
historia, como por ejemplo una pelea en la que se ven enfrascadas dos
bailarinas de un club nocturno, en la que se incluye una serie de diálogos con
francas alusiones sexuales, algunas de las cuales presentan un tono lésbico. Por
último, “The Brain That Wouldn´t Die” toca superficialmente el tema de la
eutanasia, en especial cuando Jan le ruega encarecidamente a Cortner que la
deje morir una vez que se da cuenta que su existencia ha quedado reducida a ser
una cabeza conectada a un aparato eléctrico. Aun cuando Joseph Green hace un
gran esfuerzo por imprimirle un cierto grado de profundidad a la historia,
cuando se considera el contexto en la que esta se desarrolla y la serie de
eventos que ocurren una vez que la dupla protagónica sufre el accidente
automovilístico, resulta casi imposible tomarla en serio. Mientras que algunas
escenas son sencillamente burdas, otras no tienen otro objetivo más que sumarle
minutos al metraje. Por otro lado, la cacería de un nuevo cuerpo para Jan por
parte del científico en vez de resultar escalofriante, solo termina
involucrándolo en situaciones tan ridículas como llamativas. Por último, aun
cuando gran parte del film se basa en el descabellado proceso que quiere
implementar Cortner, este jamás se toma el tiempo para explicarlo demasiado. A
grandes rasgos, Bill dispone de un suero especial que le va a permitir
trasplantar la cabeza de Jan a otro cuerpo, el cual se supone que ha utilizado
en otras oportunidades con nefastas consecuencias en algunos sujetos de prueba,
quienes aparentemente sufrieron diversas deformidades.
Las actuaciones en general poco ayudan
a elevar la calidad del producto. Aun cuando Jason Evers logra otorgarle por
momentos un cierto grado de credibilidad a su rol de científico loco, gran
parte de sus intervenciones son lamentables y provocan más risa que otra cosa.
Dentro de la mediocridad interpretativa, quien más se destaca es Virginia Leith
quien al menos transmite con cierto éxito lo dramático de su situación. En
cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta se caracteriza por presentar
efectos especiales bastante precarios y un diseño de producción más bien
minimalista, donde lo que más resalta a nivel estético es el aparato que
mantiene en soporte vital la cabeza de Jan Compton. Por último, acorde al escaso
presupuesto de la película, la banda sonora está compuesta en su totalidad por
música de archivo la cual fue recopilada por Ed Craig. Pese a que el rodaje de “The
Brain That Wouldn´t Die” finalizó en 1959, la película recién pudo ser
estrenada en 1962 ya que en su momento Rex Carlton no fue capaz de encontrar a
alguien que quisiera distribuirla. Y es que debido a la gran cantidad de
contenido de índole sexual y a un par de escenas violentas que presentaba el
film, este fue tildado de excesivo y escandaloso por algunos distribuidores. Cuando
finalmente la productora American International Pictures estrenó la película, con
el fin de evitar cualquier tipo de polémica eliminó gran parte de las escenas
violentas reduciendo la duración del metraje en aproximadamente diez minutos. Como
era de esperarse, la ópera prima de Joseph Green pasó sin pena ni gloria por
las salas de cine. Varios años más tarde, debido a un error de la AIP “The
Brain That Wouldn´t Die” pasó a dominio público, lo que permitió que
eventualmente se convirtiera en un film de culto, lo que no resulta tan extraño
considerando que más allá de todas sus falencias, por momentos alcanza toques casi
surrealistas que le otorgan un encanto especial.
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