Hacia fines de la década del cincuenta, la industria cinematográfica mexicana comenzó a sufrir una serie de cambios en sincronía con los fenómenos sociales que estaba experimentando el país. Junto a la progresiva implementación del cine a color, comenzaron a emerger una serie de producciones de bajo presupuesto y tramas inverosímiles, muchas de las cuales estaban dirigidas a un público mucho más transversal, las que eventualmente terminarían marcando el franco declive de la llamada era dorada del cine mexicano. Es en este contexto que surgió la película “Santa Claus” (1959) del director René Cardona, quien consciente de los cambios que estaba sufriendo la manera como se estaba celebrando la Navidad en México debido a la incorporación de diversas influencias extranjeras, decidió sacar provecho de la situación, particularmente de la creciente popularidad de la figura de Santa Claus. Filmada en su totalidad en los Estudios Churubusco-Azteca, los cuales eran propiedad del gobierno mexicano, “Santa Claus” contaría con un guion escrito por el propio Cardona junto a Adolfo Torres Portillo, el cual estaría configurado en tono de fábula y relataría la peculiar batalla entre Santa Claus (José Elias Moreno) y un demonio llamado Precio (José Luis Aguirre), quien fue enviado por el mismísimo Diablo para acabar con la Navidad. Su estreno coincidiría con el emprendimiento del empresario norteamericano K. Gordon Murray, quien tras el término de la Segunda Guerra Mundial vio una oportunidad de negocio en la distribución de producciones mexicanas en los Estados Unidos, las cuales en su mayoría estarían enmarcadas dentro del género del horror. Gracias a esto, la modesta “Santa Claus” lograría traspasar los límites de su país de origen para terminar teniendo un impacto mucho mayor al imaginado originalmente por el propio Cardona. 

Tras un número musical de aproximadamente diez minutos de duración, la película se centra en los preparativos que Santa Claus está haciendo para enfrentar una nueva Navidad, explicándole en el proceso al espectador los numerosos cambios que Cardona y Torres decidieron realizarle a la mitología clásica del famoso personaje navideño. Para comenzar, el centro de operaciones del protagonista es trasladado del Polo Norte a un castillo de oro y cristal que está muy lejos de la Tierra y muy cerca del cielo; en vez de ser asistido por duendes a la hora de fabricar y empaquetar los juguetes que debe entregar alrededor del mundo, Santa Claus tiene a niños de diversas nacionalidades que no envejecen y que al igual que él, se alimentan a base de pasteles y helados hechos de nubes; por último, el trineo que utiliza no es jalado por renos normales, sino que por renos de juguete de apariencia siniestra a los que se les debe dar cuerda para que funcionen. Otra de las innovaciones con las que cuenta esta curiosa versión de Santa Claus, es un puñado de máquinas que le permiten monitorear el comportamiento de los niños de todo el mundo, entre las que se encuentran un telescopio con un ojo que todo lo ve, una especie de cerebro que le permite visualizar los sueños, y una suerte de oído mecánico mediante el cual puede escuchar lo que traman los niños traviesos. Otra peculiaridad de “Santa Claus” es que el protagonista además comparte morada con su buen amigo el mago Merlín (Armando Arriola), quien está encargado de crear las pócimas que le permiten hacerse invisible o dormir a los niños que se despiertan cuando perciben su presencia, y con un herrero llamado LLavón (Ángel Di Stefani) que es el responsable de la fabricación de la llave maestra que le permite abrir todas las puertas del mundo. 


Aun cuando gran parte de la trama está dedicada a la recreación de los preparativos que realiza Santa Claus, el film también se da el tiempo de relatar la clásica lucha del bien contra el mal. En este caso el mal está encarnado en un demonio llamado Precio, quien en caso de no cumplir la misión que le ha encomendado el Diablo, será condenado a comer por toda la eternidad helado de chocolate, lo que es una castigo sumamente cruel considerando que los demonios no soportan el frío y mucho menos el chocolate. Con el fin de arruinar la Navidad, Precio centrará sus esfuerzos en intentar corromper a una niña de escasos recursos llamada Lupita (Lupita Quezadas), a un niño de clase acomodada que es descuidado por sus padres llamado Billy (Antonio Díaz Conde Jr.), y a tres traviesos hermanos cuyos nombres jamás son revelados, los cuales intentan engañar a Santa asegurándole que han sido buenos sin imaginar que él puede ver todo lo que hacen. Mientras que los dos primeros privilegian la importancia del amor filial y los valores familiares, pese a que Precio hace todo lo posible por convencer a Lupita de robar una muñeca que desea para la Navidad pero que sabe que sus padres no pueden costear, los tres hermanos aceptan gustosos cooperar con el demonio en su plan para sabotear la labor de Santa Claus, lo que no solo los motiva a intentar robar los regalos de Billy, sino que además eventualmente intentan secuestrar al pobre Santa. Será recién durante el transcurso de la última media hora de metraje que finalmente el protagonista viaja a la Tierra para repartir los regalos que lleva en su saco y para enfrentarse a Precio, quien tiene una serie de sorpresas preparadas para su enemigo las cuales a decir verdad no son demasiado elaboradas.

Si se analiza con detenimiento, se podría argumentar que “Santa Claus” es una adaptación modernizada de una pastorela. En las posadas navideñas, que no son otra cosa más que fiestas populares de origen mexicano que se celebran entre el 16 y el 24 de Diciembre, en las cuales se recuerda el peregrinaje de María y José desde su salida de Nazaret hasta Belén, es posible ver representaciones teatrales conocidas como pastorelas, obras de índole cómico cuya trama suele variar pero que tienen una serie de similitudes entre sí, como por ejemplo la aparición de un ángel que anuncia que el nacimiento del mesías está por ocurrir, la recreación de la ruta de los pastores al pueblo de Belén para adorar al niño Jesús, y el actuar del Diablo por impedir que estos lleguen a destino. Aun cuando el trasfondo religioso se diluye un poco al reemplazar el peregrinaje de los pastores por el accidentado viaje de Santa Claus a la Tierra para llevar a cabo su misión anual, de todas maneras existen otros nexos entre la película y el cristianismo. Para comenzar, tan pronto como empieza la cinta se aclara que el protagonista no es otro que San Nicolás de Bari, obispo que vivió en Mira en el siglo IV y que dio origen al mito en torno a su figura que eventualmente se mezcló con diversas tradiciones paganas. También llama la atención que en un determinado momento del film, Santa Claus, a quien rara vez se le vincula con el nacimiento de Jesús, se toma el tiempo para arreglar un pesebre. Producto de la mezcla de elementos propios del paganismo, tradiciones anglosajonas, católicas y mexicanas, “Santa Claus” realiza un retrato bastante ambiguo del protagonista. Aun cuando claramente es el héroe del relato y sus acciones son bienintencionadas, el hecho que tenga niños trabajando para él (en un peculiar caso de explotación infantil), que acostumbre a espiar a los pequeños de la Tierra mientras estos están durmiendo, llegando incluso a manipular sus sueños, y su risa particularmente siniestra, lo convierten en un personaje que se aleja bastante del estereotipo hollywoodense del alegre y bonachón gordinflón vestido de rojo.


Pese a que las actuaciones están lejos de ser convincentes, lo que se ve agravado por lo pobre de algunos diálogos, estas no resultan molestas debido a que son acordes al tono y las características de la historia. El aspecto técnico tampoco mejora demasiado la calidad del producto, ya que mientras la dirección de fotografía de Raúl Martínez Solares es más bien mediocre, la banda sonora del compositor Antonio Diaz Conde solo se limita a tomar prestadas una serie de canciones populares y mezclarlas con tonadas de corte navideño. Quizás lo más destacable del aspecto técnico del film sea la labor de Francisco Marco Chillet, quien estuvo a cargo del diseño de producción, ya que al lograr que el castillo/taller de Santa parezca salido de una película de ciencia ficción, realza el carácter surrealista de todo el relato. Aunque al momento de su estreno “Santa Claus” no gozó de un gran éxito comercial en Norteamérica, con el paso de los años adquirió un seguimiento de culto gracias a su exhibición anual en distintos medios. Más allá de sus problemas técnicos e interpretativos, de su trama casi inexistente compuesta por una serie episodios que tiene un escaso nexo entre sí, de la generosa cantidad de números musicales pobremente coreografiados, y de los retratos estereotipados de determinadas costumbres y vestimentas de ciertas culturas que colindan peligrosamente con el racismo, “Santa Claus” posee un encanto que es difícil de explicar. No es por ningún motivo una buena película pero al menos resulta ser entretenida, y gracias a su carácter alucinógeno ostenta el título de uno de los “clásicos” navideños más extraños y únicos de la historia del cine.  

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