Con el fin de exprimir lo más posible
la popularidad del subgénero del cine de terror conocido como slasher, cuyo
apogeo ocurrió a principios de los años ochenta, los productores y los directores
involucrados en la realización de este tipo de películas probaron distintas
fórmulas a sabiendas que se trataba de un producto cuya fecha de caducidad se
acercaba a pasos agigantados. Una de las tantas fórmulas utilizadas consistiría
en el desarrollo de historias que pudiesen utilizar distintas festividades como
telón de fondo, como por ejemplo Halloween, San Valentín o la Navidad, entre otras.
Fue en este contexto que los ejecutivos de la productora TriStar Pictures le
encomendaron al escritor y director Charles E. Sellier Jr. que se encargara del
rodaje de “Silent Night, Deadly Night” (1984), cinta en la cual un adolescente
trastornado lleva a cabo una masacre vestido de Santa Claus en plena víspera de
Navidad. Aun cuando varios años antes otros directores se habían encargado de
retratar a psicópatas sedientos de sangre vestidos como Santa Claus, primero en
uno de los segmentos de la película de antologías “Tales From The Crypt” (1972)
del director Freddie Francis, y posteriormente en la mediocre “Christmas Evil”
(1980) de Lewis Jackson, cuando la cinta de Seller fue estrenada, la PTA
(Asociación de Padres y Maestros), parte de la crítica, e incluso algunos
actores como Mickey Rooney, criticaron airadamente la supuesta satanización de
la figura de Papá Noel, llegando al punto de realizar una serie de protestas
que obligaron a los ejecutivos de la TriStar a retirar la película de las salas
de cine de manera anticipada, la cual eventualmente lograría ser distribuida de
manera limitada por una pequeña compañía independiente.
En la cinta basada en la novela “Slayride”
del escritor Paul Caimi, y cuyo guion estuvo a cargo de Michael Hickey, el protagonista
es Billy Chapman (Robert Brian Wilson), un joven que se ve expuesto a una serie
de situaciones traumáticas durante su niñez, las cuales eventualmente terminan
empujándolo hacia los terrenos de la locura. Su viaje hacia el horror comienza
en 1971, en plena víspera de Navidad. Tras visitar a su abuelo (Will Hare) quien está
internado en una institución psiquiátrica, el cual le comenta acerca de la
actitud castigadora que tiene Santa Claus con los niños malos, Billy es testigo
de como un ladrón vestido de Papá Noel le dispara a su padre para luego violar
y asesinar a su madre. Lamentablemente para él, su fortuna tras este horrible
hecho no mejora demasiado, ya que la Madre Superiora (Lilyan Chauvin) que está
a cargo del orfanato al cual es enviado junto a su pequeño hermano Ricky (Alex
Burton), está convencida que el castigo severo es la mejor herramienta para
educar a los niños y guiarlos por el camino del Señor. Es así como tras años de
abusos, Billy se convierte en un adolescente tímido y bienintencionado, el cual
no puede evitar que todos sus traumas y sus más espantosas pesadillas afloren
durante una víspera de Navidad en la cual es obligado a disfrazarse de Santa
Claus en la tienda en la cual trabaja, lo que no solo le hará perder por
completo la cordura, sino que además lo llevará a embarcarse en una sangrienta
cruzada de horror y muerte en la que intentará castigar a todos aquellos que él
considera que se han portado mal.
Durante la primera mitad de la
película, Sellier se dedica mayormente a presentar los diversos motivos por los
cuales una década más tarde, Billy se convierte en un asesino cuya locura está
estrictamente ligada con la Navidad y los supuestos valores de la religión
católica. La exploración de la cruda infancia del protagonista no solo tiene
por objetivo que el espectador comprenda las motivaciones del villano/antihéroe
de turno, y que incluso empatice hasta cierto punto con él, sino que además
sirve para que Sellier establezca la idea que la violencia engendra violencia,
y que la maldad no siempre está ligada a un componente genético como suele
sugerirse habitualmente en el género del horror. Sin embargo, lo que en un
principio parece ser un interesante estudio de personaje, pronto se diluye
cuando Billy se convierte en un mero recipiente de abusos, sentenciándolo a una
unidimensionalidad que se hace patente durante la segunda mitad del film, y que
echa por la borda cualquier atisbo de interés que el espectador pudo haber
presentando en la evolución del protagonista. Y es que el cambio que
experimenta Billy es tan repentino, que da la impresión que Sellier
perfectamente podría haberse ahorrado gran parte de los primeros cuarenta
minutos del metraje. Finalmente será la combinación de alcohol, un disfraz de
Santa Claus, y un acto sexual lo que termina convirtiendo al retraído
adolescente en un autómata sediento de sangre que repite hasta el cansancio las
palabras “castigo” y “desobediente” mientras asesina a sus víctimas. Pese a que
claramente la crianza que recibió por parte de la Madre Superiora ha calado
hondo en su mente, no todas las personas que fallecen por su accionar están
relacionadas con su distorsionado sentido de la justicia y la rectitud, ya que
algunas solo tienen la mala suerte de estar en el lugar y el momento
equivocado. Ya en el último tramo de la película, Billy concentra todos sus
esfuerzos en eliminar a las dos personas que convirtieron su infancia en un
infierno, al mismo tiempo que la única persona que logró establecer un nexo
emocional con el muchacho, la Hermana Margaret (Gilmer McCormick), intenta
detenerlo con la ayuda de la policía.
Las actuaciones en general son
bastante mediocres, con la sola excepción de Lilyan Chauvin cuya interpretación
de la sádica Madre Superiora es la más creíble de toda la película. Sumado al
problema interpretativo que presenta el film, está el hecho que la mayoría de los
personajes carecen de una personalidad definida, lo que impide que el
espectador demuestre siquiera un ápice de interés en lo que pueda pasarles. Tampoco
ayuda demasiado en ese aspecto que prácticamente la totalidad de los personajes
incluyendo al protagonista, resulten ser más bien desagradables. Por otro lado,
desde el punto de vista técnico “Silent Night, Deadly Night” no es precisamente
una maravilla, pero al menos cumple con el estándar mínimo de las cintas de
horror de escaso presupuesto que se estaban realizando en aquella época. Las
escenas de violencia son bastante sencillas, y se apoyan más en la figura del
asesino vestido como Santa Claus armado con un hacha ensangrentada, que en el
resultado de su accionar a la hora de intentar generar terror en la audiencia. Si
bien Sellier maneja las escenas de terror de manera más o menos eficiente, no
sucede lo mismo en otros momentos que se caracterizan por exhibir un humor
negro que raya en el mal gusto. Probablemente el mejor ejemplo de esto es la
escena en la cual un policía le dispara a un hombre vestido de Santa Claus en
frente de varios niños del orfanato, bajo la presunción que se trata de Billy,
solo para darse cuenta segundos después que en verdad ha asesinado a un
sacerdote que no pudo escuchar sus advertencias debido a su sordera.
Quizás el mayor error que comete
Charles E. Sellier Jr. es intentar otorgarle un exceso de profundidad dramática
a una cinta que claramente no la necesita. A raíz de esto, el discurso moral
que presenta la película en relación a la situación de indefensión a la que
quedan expuestos algunos de los niños que tienen la desgracia de criarse en
orfanatos, queda diluido al punto que pierde por completo toda capacidad de
impacto. Algo similar ocurre con el discurso anti-católico que también enarbola
el guion de Michael Hickey, el cual pese a estar un poco mejor configurado aun
así no tiene el efecto deseado. “Silent Night, Deadly Night” no es el completo
desastre que algunos críticos aseguran que es, pero tampoco cuenta con las
virtudes necesarias para ser considerada como uno de los grandes clásicos del
slasher, aun cuando generó la realización de cuatro secuelas y un remake que
fue estrenado el año 2012. La película de Sellier es lo suficientemente entretenida
como para capturar el interés del público durante toda la duración de metraje,
incluso considerando que las escenas de horror y violencia están concentradas
en los últimos veinte minutos del relato. Con todo esto en consideración, sería
justo argumentar que la polémica en la que se vio envuelta “Silent Night,
Deadly Night”, paradójicamente fue la gran responsable que la cinta adquiriera
mayor relevancia de la que merecía. En una entrevista incluida en el documental
“Going to Pieces: The Rise and Fall of the Slasher Film” (2006), la actriz
Lilyan Chauvin aseguraba que ella creía que los productores debieron centrar la
campaña publicitaria del film en la inestabilidad mental de Billy, y no en la
adorable y venerada figura de Santa Claus. El propio Robert Brian Wilson llegaría
a declarar que sintió tanta vergüenza a raíz de toda la controversia, que les
rogó a su familia y amigos que no fueran a ver la película. No deja de resultar
curioso como el distorsionado sentido de la moral de un grupo de personas les
impidió darse cuenta que el asesino de la cinta no es Santa Claus, sino que un
psicópata que jamás experimentó el verdadero espíritu navideño porque este le
fue constantemente negado por quienes lo rodeaban.
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