El
exitoso estreno del thriller “What Ever Happened to Baby Jane?” (1962) propició
que muchas divas olvidadas del Hollywood clásico, como por ejemplo Bette Davis
y Joan Crawford, pudieran relanzar sus carreras a través de una serie de
producciones de temáticas siniestras, las cuales por lo general contenían una
serie de guiños al género del grand guignol. En dichas producciones, la
soledad, la decadencia y las preocupaciones de la Norteamérica de la época
solían ser retratadas de manera radical y pesimista. Al mismo tiempo, la
incomunicación, la locura y la indefensión eran características propias de los
personajes que convivían en una realidad dominada por el terror más puro. En el
caso particular de Olivia de Havilland, actriz que brilló con más fuerza
durante la década del cuarenta, tras reemplazar a Crawford en el film “Hush…
Hush, Sweet Charlotte” (1964), protagonizaría “Lady in a Cage” (1964), cinta
del director Walter Grauman cuyo guion estaría a cargo de Luther Davis, quien
se inspiraría en una trágica historia acontecida durante el apagón que afectó a
la ciudad de Nueva York el 17 de Agosto de 1959. En dicha oportunidad, una
mujer que quedó atrapada en un ascensor ubicado en su residencia privada, terminó
siendo abusada sexualmente por dos hombres que escucharon sus gritos pidiendo
ayuda y se aprovecharon de la situación. Con respecto a la temática de la
película, Olivia de Havilland recordaría en una entrevista, “Estaba esquiando
en Suiza con mis hijos y mi esposo cuando leí el guion. No consideré que fuese
una cinta violenta sino que la ví como una historia de suspenso, que presentaba
un escenario, una situación, y unos personajes bastante inusuales. La cinta
terminó siendo mucho más violenta de lo que yo esperaba… y, para algunas
personas, resultaría ser incluso repelente.”
“Lady
in a Cage” se desarrolla en medio de las calurosas celebraciones del cuatro de
Julio. Debido al ambiente festivo reinante, a nadie parecen importarles las
horribles noticias que están siendo transmitidas por la radio, ni mucho menos
los problemas que debe experimentar el ciudadano promedio. Al interior de la
residencia Hilyard, la acaudalada viuda Cornelia Hilyard (Olivia de Havilland)
se muestra tan indiferente a su entorno como el resto de las personas. Su mayor
preocupación en este momento pareciera ser su hijo Malcolm (William Swan),
quien está por salir de vacaciones durante el fin de semana largo. “¿Me dejaste
una de tus pequeñas notas de amor como siempre lo haces?,” le pregunta Cornelia
a su hijo poco antes que este se vaya de viaje, dejando en evidencia la
relación de características edípicas que ambos mantienen. La verdad es que su
hijo si la ha dejado una nota, pero su contenido no es precisamente lo que
Cornelia espera. Y es que a sus treinta años, Malcolm ha decidido cortar el
cordón umbilical que lo une a su madre a través de una reveladora carta, cuyo
contenido significará un duro golpe para la protagonista. Como si se tratara de
una macabra coincidencia, la partida de su hijo desatará un efecto dominó cuyo
resultado será el encarcelamiento involuntario de Cornelia en el ascensor que
ha instalado en su domicilio, todo esto debido a una falla eléctrica. A la
desesperación y la claustrofobia desatada por la situación en la que se encuentra,
se suma el dolor provocado por una reciente fractura de cadera, lo que
dificulta el escape de la viuda de su improvisada prisión. La situación empeora
de manera drástica cuando a la casa llega un alcohólico (Jeff Corey) con serios
problemas psiquiátricos, una codiciosa prostituta (Ann Southern), y un trio de
jóvenes delincuentes liderados por Randall Simpson (James Caan), quienes en
conjunto deciden matar el tiempo atormentando a la indefensa viuda. Desde ese
momento en adelante, la hasta entonces tranquila vida de la señora Hilyard se
convierte en un verdadero infierno, cuyo único destino posible pareciera ser la
muerte.
Tan
pronto como Randall, Essie (Rafael Campos) y Elaine (Jennifer Billingsley)
irrumpen en la casa de la señora Hilyard, el caos y la violencia se apodera de
la situación ya que no contentos con atormentar a la protagonista, también se
dan el tiempo de golpear al alcohólico y a su amiga. Lo interesante es que el
problema de la señora Hilyard no solo se limita a su movilidad reducida, la
cual la expone a los sádicos tormentos del trío de delincuentes, sino que además
ella se ve perturbada por la incomprensión que le provoca el comportamiento de
Randall y compañía. Lo que es peor es que cuando intenta apelar a la humanidad
de Randall, este solo le responde que “es un animal”, lo que la lleva a suponer
que el mundo como lo conocía se ha terminado. “Alguien en el otro lado debe
haber presionado el botón,” murmulla aterrada la señora Hilyard. El miedo que
le provoca la posibilidad que el mundo se haya venido abajo, se refleja en la
propia desintegración de su personalidad durante el transcurso del film. Al inicio
de la historia, ella es retratada como una mujer quisquillosa, posesiva y
abrumadora, cuya riqueza le permite invertir en el mercado de la bolsa, llegando
incluso a considerar que la tensión provocada por la Guerra Fría puede ser
vista como una oportunidad para comprar acciones relacionadas a la industria de
las armas. Ella también exhibe ciertas pretensiones literarias, ya que se
considera a sí misma una suerte de poetisa aficionada. Cuando el ascensor deja
de funcionar asume que alguien va a venir prontamente en su ayuda, por lo que
se acomoda para leer un libro. Pero a medida que el tiempo pasa, la temperatura
aumenta, y se percata que la ayuda no llega, su compostura comienza a
desmoronarse mientras recita poesía dentro de su cabeza, compone una oda al magnífico
pero voluble dios “Kilowatt”, canta “Alouette” con un marcado entusiasmo, es
dominada por una risa histérica, y finalmente se ve obligada a confrontar su lado
más violento mientras busca desesperadamente escapar de la particular situación
en la que se encuentra.
Fueron
muchos los espectadores y los críticos que no pudieron ocultar su sorpresa y su
decepción al percatarse que Olivia de Havilland había aceptado participar en una
película de estas características. Sin embargo, cualquiera que esté
familiarizado con su filmografía sabe que ella no era ajena a este tipo de
material. Mientras que en “Dark Mirror” (1946) y “Snake Pit” (1948) había interpretado
a personajes que se veían enfrentados a enfermedades mentales, en la obra de
Broadway “Gift of Time” interpretaba a alguien que debía lidiar con una
enfermedad terminal. Para una actriz dispuesta a tomar esa clase de roles, el
papel de la señora Hilyard se debe haber presentado como un interesante desafío
ya que se trataba de una mujer confinada a un espacio pequeño, cuya interacción
con otros personajes está claramente limitada. Más allá del supuesto interés de
la actriz en el rol, esta realiza un trabajo irregular interpretando a una
mujer que ve con impotencia como su vida se destruye por completo, experiencia
que le permite conocerse a sí misma e identificar que generó el rechazo de su
propio hijo. Ann Southern y Jeff Corey por su parte, interpretan de manera
correcta a una prostituta egoísta y a un borracho cuyo sentido de la moral es
bastante retorcido. Por último, en su debut cinematográfico James Caan se destaca
como el gran villano de la historia, al punto que la propia Olivia de Havilland
alabó su actuación. Por otro lado, pese a que la producción tiene una estética
más cercana a un telefilme (Grauman llevaba bastante tiempo trabajando en la
industria de la televisión), el director de fotografía Lee Garmes elabora
algunas postales interesantes, muchas de las cuales tienen relación con el
descontrol de la protagonista. También resulta destacable la secuencia de créditos
iniciales diseñada por Saul Bass, la cual presenta algunas similitudes con
algunos de los diseños que utilizó en sus colaboraciones con directores como
Alfred Hitchcock y Otto Preminger.
“Lady
in a Cage” no sería recibida de manera muy entusiasta por la crítica, e incluso
su exhibición sería prohibida en Inglaterra. Pese a eso, Olivia de Havilland no
dudó en defender la producción en numerosas entrevistas. “La gente la odió
violentamente o consideró que era brillante, pero en cualquier caso nadie se
despegaba de su asiento hasta que terminaba… Creo que algún día será reconocida
como una descripción de la violencia desenfrenada de aquella época.” En otra
entrevista la actriz declararía, “En esencia mi papel era un espléndido
tour-de-force, poseedor de una gran dimensión. Eso fue lo que me llamó la
atención. Tú ves a esta mujer atrapada, quien supuestamente es sensible,
educada y refinada, pero que finalmente es expuesta como una madre egoísta que
le arrebató la virilidad a su joven hijo… Ella termina reconociendo la verdad
sobre sí misma.” Más allá de las críticas por su contenido o de su estética que
refleja que se trataba de una cinta de escaso presupuesto, “Lady in a Cage” es
una producción que mediante una serie de situaciones que por momentos bordean
el surrealismo, refleja la inquietud social que reinó en los Estados Unidos
durante gran parte de los años cincuenta y sesenta, cuya mayor consecuencia fue
el creciente miedo por lo desconocido y el deterioro de la barrera entre los
espacios públicos y privados. El mundo parecía ser un lugar mucho más volátil y
violento que antes, noción que el film de Grauman explota de manera bastante
gráfica. Desafiando todo pronóstico, la influencia de “Lady in a Cage” y de
otras películas que retrataban invasiones al hogar como por ejemplo “Dial M For
Murder” (1954), “Cape Fear” (1962) y “Wait Until Dark” (1967), entre otras, se
extendería con el paso de los años teniendo relevancia incluso en la
actualidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario