Durante
los años 30 y 40, el productor Walter Wanger se ganó el respeto y la admiración
de la industria hollywoodense gracias a su participación en una serie de películas
como por ejemplo “History is Made at Night” (1937), “Stagecoach” (1939), “Foreign
Correspondent” (1940), “The Long Voyage Home” (1940), “Smash-Up: The Story of a
Woman” (1947) y “The Reckless Moment” (1949). Esto provocó que a principios de
la década del cincuenta, pudiera asociarse con el Estudio Monogram Pictures, el
cual eventualmente pasaría a ser conocido como Allied Artists Pictures
Corporation. En aquel entonces, el productor estaba casado con la actriz Joan
Bennett. Cuando Wanger descubrió que su esposa estaba teniendo un amorío con su
agente, Jennings Lang, los confrontó en un estacionamiento y le disparó a Lang
en la ingle, desatando uno de los escándalos más recordados del Hollywood de la
época. Durante el juicio en su contra, Wanger alegó demencia temporal por lo
que fue sentenciado a cuatro meses en prisión, de los cuales solo cumplió 98
días. Pese a haber cumplido su sentencia en una institución penitenciaria de
mínima seguridad, Wanger quedó tan horrorizado con la experiencia, en especial con
la humillación a la que eran expuestos el resto de los prisioneros, que decidió
realizar una película que identificara como un mal social las condiciones a las
que eran sometidos los criminales en las prisiones de los Estados Unidos. Su
idea coincidiría con el estallido de cerca de 50 amotinamientos ocurridos en distintas
prisiones de Norteamérica entre 1950 y 1953, los cuales se generaron a modo de
protesta contra las intolerables condiciones de vida que debían soportar los
presidiarios. El resultado de su idea y de la relevancia de este fenómeno
social sería “Riot in Cell Block 11” (1954), cuya dirección recaería en las
manos de Don Siegel.
El
guion escrito por Richard Collins, el cual está fuertemente inspirado en el motín
ocurrido en 1952 en la prisión de Jackson, Michigan, comienza con un pequeño
prólogo durante el cual un narrador le informa al espectador de la serie de
motines que han estado ocurriendo en varias prisiones de los Estados Unidos,
como consecuencia de la negligencia de las autoridades encargadas de
administrar las instituciones penales. Acto seguido, la historia se traslada al
sobrepoblado pabellón 11 de la prisión de Folsom, donde los reclusos
constantemente sufren el abuso de los guardias encargados de vigilarlos.
Guiados por un rudo criminal llamado James Dunn (Neville Brand), un grupo de prisioneros
secuestran a los guardias y toman control del pabellón, tras lo cual exigen
hablar con el Alcaide Reynolds (Emile Meyer) con el objetivo de hacerle llegar
una serie de demandas. Si bien la mayoría de estas apuntan a mejorar sus
condiciones de vida, entre otras cosas también piden que se les entreguen las
herramientas necesarias para poder ganarse la vida de manera honesta una vez
que sean liberados de prisión, para así no perpetuar el círculo vicioso de la delincuencia.
Aunque Reynolds está de acuerdo con muchas de sus peticiones, el enviado del
Gobernador, el Comisionado Haskell (Frank Faylen), no está dispuesto a negociar
con los presidiarios, cuya revuelta desea reprimir mediante el uso de fuerza
por parte de los agentes de la ley que tiene a su disposición. De manera
paralela, Dunn también tendrá que intentar controlar al resto de los
prisioneros del pabellón, algunos de los cuales no están de acuerdo con el motín y sus posibles consecuencias. Cuando la situación comienza a escalar, los
representantes de ambas facciones tendrán que intentar llegar a un acuerdo
antes que alguien salga herido y el daño sea irreparable.
“Riot
in Cell Block 11” es una cinta increíblemente compleja que explora de manera
crítica las motivaciones, las dudas, y las decisiones de todos los involucrados
en el conflicto, sin trazar una línea moral del todo definida. Y es que
contrario a lo que se podría pensar, la guerra social que se desarrolla entre los
prisioneros y las autoridades no se reduce a la mera contraposición de dos
posturas dispares. En medio del tumultuoso escenario que se desarrolla en la
prisión de Folsom, de manera gradual algunos de los involucrados en el motín
comienzan a individualizarse del resto de los alborotadores. Dunn por ejemplo,
es el vocero y el líder autoproclamado de los prisioneros, el cual si bien
aparenta ser más racional que algunos de sus compañeros de pabellón, su
historial criminal lo presenta como un hombre altamente inestable. Aun cuando
inicialmente Dunn se muestra contrario a la idea de torturar o asesinar a los
guardias que están retenidos en el pabellón, cuando las autoridades se muestran
reacias a escuchar sus demandas y deciden emplear el uso de fuerza, y luego de
sucumbir ante la presión de otros convictos más violentos, como su amigo “Crazy”
Mike Carnie (Leo Gordon), la postura de Dunn se radicaliza poniendo en riesgo
no solo su lucha, sino que también su vida y la del resto de los involucrados
en el motín. Dentro del pabellón 11 también surgen otros tipos de liderazgo,
representados por un convicto conocido como “El Coronel” (Robert Osterloh),
quien pese a estar de acuerdo con el fondo del movimiento no aprueba el uso de
la violencia, más aun porque está a punto de salir en libertad condicional. En
la vereda contraria las cosas no son muy diferentes. Pese a ser el encargado de
controlar el motín, el Alcaide Reynolds expresa en diversas oportunidades que
muchas de las demandas realizadas por Dunn han formado parte de los cambios que
él lleva tiempo deseando realizar, pero que lamentablemente no se han llevado a
cabo por falta de recursos y por el poco interés expresado por las autoridades
responsables. Al presentar todos los puntos de vista con una marcada
neutralidad, Wanger, Siegel y Collins presentan el mensaje que deseaban
entregar de manera efectiva, y de paso resaltan las contradicciones inherentes
a un escenario de estas características.
Además
de la manera en como es presentando el conflicto, hay otros dos elementos
claves que influyen en el funcionamiento del film: la dirección de Don Siegel y
el escenario donde transcurre la historia, cuyo rodaje se llevó a cabo en un
ala desierta de la propia prisión de Folsom. Varios años después del estreno de
la cinta, Siegel identificaría a “Riot in Cell Block 11” como una de las
producciones más importantes de su carrera y con justa razón. El director
utiliza un estilo documentalista para relatar los sucesos acontecidos al
interior de la prisión de Folsom, otorgándole una crudeza a la historia que
traspasa la pantalla. Siegel no solo se preocupa de retratar el tedio reinante
al interior de la prisión tanto antes como después del motín, sino que además
enfatiza cada uno de los estallidos de violencia que ocurren durante la
revuelta, como por ejemplo cuando Dunn golpea a uno de sus compañeros luego que
este expresa su descontento con el motín, o cuando la policía estatal intenta
acallar un segundo levantamiento. Curiosamente pese a la gran cantidad de
violencia latente que es inherente a la situación, son muy pocas las escenas en
las que esta es presentada de manera explícita. Por otro lado, algo que también
resulta destacable con respecto a la dirección de Siegel, es la forma como
junto al director de fotografía Russell Harlan le otorgan una especial
importancia a la geografía de la prisión, la cual es explorada mientras los
personajes recorren sus corredores e interactúan con los muros, las puertas y
las celdas, lo que realza el realismo del film y al mismo tiempo establece que
la institución penitenciaria disminuye la moral de los prisioneros y los
guardias por igual.
El
elenco de la cinta estaría conformado por una mezcla de actores y prisioneros
reales, los cuales en su totalidad realizan un estupendo trabajo, al punto que
el propio Siegel llegó a mencionar en una ocasión que le era difícil distinguir
a los actores de los verdaderos convictos. En ese sentido, el caso de Leo
Gordon es bastante particular ya que el actor antes de participar en la cinta
había sido condenado a cinco años de prisión por haber cometido un robo a mano
armada. Esto provocó que el Alcaide de Folsom tomara una serie de medidas
especiales cuyo objetivo era evitar que Gordon tuviera altercados con el resto
de los convictos, como por ejemplo someterlo a una revisión exhaustiva antes de
dejarlo ingresar a la prisión para grabar sus escenas. Por otro lado, “Riot in
Cell Block 11” suele ser recordada por ser la primera producción en la que
trabajaría el futuro director Sam Peckinpah, quien tras oficiar como tercer
asistente del director de casting trabajaría en otras cuatro películas más
junto a Don Siegel. Tan interesante como su mensaje central, su marcado
realismo, y la manera en como se abarca todo el conflicto, es el final de la
cinta el cual está representado por un callejón sin salida que si bien
determina el fracaso del motín, al menos pone en el centro de la opinión
pública el tema de las malas condiciones a las que eran sometidos los convictos
en Norteamérica. Es así como la conclusión de las negociaciones y el propio
destino de Dunn pretenden recordarle al espectador, de la forma más directa
posible, que el estado de excepción retratado en “Riot in Cell Block 11” es
parte de un mal necesario, una respuesta lógica y humana que aparece cuando
aquello que es intolerable amenaza con perpetuarse para siempre, dejando como
única opción posible la rebeldía aun cuando aquello que se quiere lograr
parezca imposible y los resultados no sean los esperados.
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