Los
últimos años de contrato del director Otto Preminger con los Estudios 20th
Century Fox, comprendidos entre 1948 y 1953, fueron una total decepción tanto
para él como para su jefe, Darryl F. Zanuck. Tras el éxito de “Laura” (1944),
Preminger abarcó una serie de géneros para evitar ser encasillado como un
director de thrillers de misterio, en general con buenos resultados. Sin
embargo, ninguna de sus producciones durante ese periodo alcanzó los niveles de
“Laura”, considerada como uno de los pináculos del cine negro. Debido a su
deseo de eventualmente ser reconocido como un respetado director y productor
independiente, entre 1949 y 1951 Preminger retomó a regañadientes el género que
más éxito le otorgó, lo que lo llevó a filmar tres thrillers psicológicos en
línea. “Whirlpool” (1949), “Where the Sidewalk Ends” (1950), y “The 13th
Letter” (1951), se caracterizarían por poseer guiones que incluían las
perversiones psicológicas y la ambivalencia que al director tanto le llamaban
la atención. En el caso puntual de “Whirlpool”, su guion estaría basado en la
novela “Methinks the Lady” del escritor Guy Endore, y estaría a cargo de Ben
Hecht y Andrew Solt. Hecht también había sido el responsable del guion de
“Spellbound” (1945) del director Alfred Hitchcock, cinta con la cual la obra de
Preminger comparte bastantes similitudes temáticas. Y es que ambas producciones
presentan a médicos involucrados sentimentalmente con sus pacientes, y engañosos
hipnotizadores y curanderos que asesinan a su competencia con la misma facilidad que
dicen sanar a sus clientes. Preminger estaba completamente convencido que “Whirlpool”
lo ayudaría a reactivar su carrera. De hecho, según el actor José Ferrer, “Otto
y Zanuck tenían la esperanza que la película, que es una suerte de secuela de
Laura (tenía a la misma estrella, el mismo tono y atmósfera), tuviera su mismo
éxito.”
La
protagonista de “Whirlpool” es Ann Sutton (Gene Tierney), la atractiva y
neurótica esposa de un famoso psicoanalista llamado William Sutton (Richard
Conte), la cual sufre de cleptomanía. Cuando es detenida por un guardia de
seguridad de una tienda que la sorprende robándose un costoso broche, Ann es
ayudada a salir del embrollo por un hombre misterioso llamado David Korvo (José
Ferrer), quien convence al encargado de la tienda de perdonar la pequeña
indiscreción de la mujer. Tras agradecerle su intervención, Ann se entera que
Korvo es un astrólogo y un terapeuta, quien le promete que puede curar su
cleptomanía por medio de la hipnosis, evitando de esta forma que su marido se
entere de su peculiar condición. Si bien en un inicio el tratamiento de Korvo
ayuda a Ann a curar sus recientes ataques de insomnio, generados por la
ansiedad que le produce la posibilidad que su esposo descubra su vergonzoso
secreto, la verdad es que el hipnotizador no es lo que parece. Lo que Korvo en
realidad desea es manipular a Ann para así incriminarla en el asesinato de una
antigua paciente, Theresa Randolph (Barbara O´Neil), quien es una acaudalada viuda
que ahora está siendo tratada por el marido de Ann. William, quien ni siquiera
sospecha de los problemas psicológicos de su esposa, se entera de todo cuando
ella es arrestada por el asesinato de Theresa. Convencido que Ann es incapaz de
cometer un acto tan brutal, William se juramenta hacer todo lo posible por
probar su inocencia, aunque todo parece estar en contra de su mujer.
Aun
cuando varios especialistas han mencionado que existe un sutil subtexto
feminista que es distinguible en algunos pasajes de la película, este es
opacado por el tono condescendiente con el cual es tratada Ann. Consciente que
el resto de la sociedad parece creer que su mayor logro en la vida es ser la
esposa de alguien muy importante, ella se siente perdida e incomprendida. Pese
a tener una vida tranquila rodeada de lujos, ella no puede evitar rebelarse
contra el sin sentido de su existencia, así como también contra la silenciosa
condescendencia de los hombres con los cuales se relaciona, quienes son los
grandes responsables de sus problemas tanto psicológicos como judiciales. Y es
que tanto Korvo como William, e incluso el detective James Colton (Charles
Bickford), quien está a cargo de la investigación del asesinato de Theresa, no pueden
evitar verla como una mujer indefensa y manipulable, más allá de las buenas
intenciones de los dos últimos. Este total desconocimiento de la verdadera
naturaleza y los cuestionamientos existenciales de Ann, se ve exacerbado una
vez que el foco de atención se traslada a los intentos por parte de su marido
de comprender los problemas psicológicos de la protagonista, los cuales fue
incapaz de detectar durante años pese a ser un experto en la materia. Acorde a
la admiración que Hecht sentía por el razonamiento psicoanalítico, “Whirlpool”
ofrece algunas respuestas estrechamente relacionadas con la escuela freudiana, como
por ejemplo que la cleptomanía que afecta a Ann está ligada al trato mezquino
que su adinerado padre tuvo con ella cuando era pequeña, y que su nuevo brote
tiene relación directa con la presión de ser una esposa modelo para William,
aun cuando este no se lo pide de manera explícita.
Algo
que resulta interesante con respecto a “Whirlpool”, es la manera como Preminger
establece una jerarquía de poder masculino, en base a los conocimientos
científicos y las credenciales profesionales de cada uno de los hombres que
interactúan a lo largo de la historia. Bajo este precepto, en la cima de la
pirámide jerárquica queda ubicado William, seguido de cerca por el rudo
detective Colton, quienes eventualmente terminan uniendo fuerzas para derrotar
a Korvo, quien es la fiel encarnación de la perversión del poder masculino.
Este poder del que se hace mención, es el poder sobre las mujeres,
específicamente sobre Ann, pero también sobre Theresa Randolph y las mujeres en
general. Mientras que William utiliza su prestigio y su dinero para ejercer
control sobre su mujer, Korvo hace uso de su labia y su particular encanto para
someter psicológica y sexualmente a las mujeres con las cuales se relaciona. En
cualquier caso, las mujeres en el mundo descrito por Preminger no tienen mucho
que decir al respecto. Ellas solo se dejan dominar por un buen doctor o por un
charlatán, por un padre indulgente o por uno severo, y por un marido en control
de todo lo que sucede a su alrededor o por uno que desconoce por completo que
ocurre con su propia esposa. Bajo está dinámica es posible distinguir un
subtexto que sugiere que la relación que se establece entre Ann y Korvo va más
allá de una simple relación paciente/terapeuta. Aun cuando el guion de Hecht y
el mismo Preminger evitan hacer eco de esta hipótesis, que también sugiere que
solo Korvo se preocupa de satisfacer a la protagonista, otorgándole una noche
de buen dormir, cosa que jamás podría obtener del bueno de su marido, la idea
es lo suficientemente distinguible como para que el espectador al menos
considere que en esta intricada trama existe algo más allá de lo estrictamente
evidente.
Gene
Tierney hace un estupendo trabajo interpretando a la neurótica Ann Sutton,
personaje para el cual se apoyó en su propio historial de enfermedades
psiquiátricas, ya que la actriz luchó durante años contra el trastorno bipolar.
José Ferrer por su parte, quien durante su carrera se caracterizó por
sobreactuar en numerosas oportunidades, en esta ocasión utiliza eso a su favor
ya que exacerba la sordidez y la calidad de charlatán de su personaje. El caso
de Richard Conte es bastante particular. Debido a que el actor estaba
acostumbrado a interpretar villanos y osados héroes caracterizados por su tosquedad, le sugirió a Preminger que su personaje funcionaría mejor si
lo interpretaba como un tipo rudo de Nueva York, y no como un educado y
sofisticado psiquiatra. Curiosamente el director terminó cediendo ante las
sugerencias de Conte, lo que terminó siendo un error ya que William Sutton se convirtió
en un personaje que no encaja con el tono de la historia, ni con el drama que
está experimentando a causa de los problemas de su esposa. Lo que si fue un
acierto del director, fue la contratación de Arthur C. Miller como director de
fotografía, ya que construye una serie de postales que reflejan la fragmentada
psiquis de la heroína, y del compositor David Raksin, cuyo tema principal evoca
de manera eficiente el ingreso de la protagonista a un espiral de secretos,
mentiras, y muerte. “Whirlpool” se encuentra a medio camino entre el cine
negro, el thriller psicológico, y el melodrama. Si bien el guion de Hecht y
Solt presenta un buen ritmo narrativo, algunas vueltas de tuerca interesantes, y
personajes emocionalmente complejos, también presenta algunos elementos poco
plausibles que amenazan con sabotear la experiencia. Sin embargo, el estilo de
dirección casi periodístico que emplea Preminger contribuye de gran manera a la
efectividad del film. Considerada en su momento como una obra menor dentro de
la filmografía de Preminger, con el paso de los años ha ido adquiriendo un
mayor reconocimiento, al punto de ser señalada como una contribución destacada
a la era clásica del cine negro.
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