Tras
ver el modesto telefilme de horror “Fear No Evil” (1969) del director Paul
Wendkos, el productor Quinn Martin encantado con la producción, decidió
embarcarse en un proyecto de características similares a sabiendas que contaba
con el apoyo de los Estudios 20th Century Fox. Para asegurarse que el proyecto
tuviese éxito, Martin contrató al mismísimo Wendkos, ya que había demostrado su
habilidad a la hora de abordar historias ligadas al género del horror.
Lamentablemente para el director, el rodaje del extenso guion escrito por Ben
Maddow, el cual adaptaba la novela “The Mephisto Waltz” del escritor Fred
Mustard Steward, terminaría siendo una tarea bastante compleja. Según Wendkos,
el guion presentaba una serie de temas que de ser abordados de manera errónea, podían
terminar convirtiendo a la cinta en una parodia. Con respecto a esto, Wendkos
declararía en una entrevista, “Cuando estás lidiando con temas como la
transferencia de almas, resulta difícil plasmar en la pantalla ese tipo de
material de naturaleza extrasensorial. La verdad es que no existe forma de
entender a cabalidad ese tema. Es por este motivo que utilizamos una serie de
dispositivos estéticos cuyo objetivo era facilitar que los espectadores se
metieran de lleno en el terreno de lo paranormal.” Aunque originalmente a
Martin le habían asegurado que iba a contar con un presupuesto bastante
generoso, debido a que el presidente de la 20th Century Fox, Darryl F. Zanuck,
estaba a punto de ser despedido, el dinero que finalmente le otorgaron a la
producción fue considerablemente menor al esperado. Para ese entonces, Wendkos
ya había contratado a Jacqueline Bisset y Alan Alda para interpretar a la dupla
protagónica, quienes lamentablemente tuvieron una serie de discusiones durante
el transcurso del rodaje. Para empeorar aun más la situación, Zanuck le impuso
al director la contratación de varios actores con los cuales mantenía una
relación cercana, lo que molestó de sobremanera a Wendkos quien no tuvo más
opción que acatar los deseos del poderoso ejecutivo.
En
“The Mephisto Waltz” (1971), Myles Clarkson (Alan Alda), quien en algún momento
de su vida quiso convertirse en pianista, abandonó sus sueños para trabajar
como crítico musical, con el objetivo de mantener a su esposa Paula (Jacqueline
Bisset) y a su hija pre-adolescente Abby (Pamelyn Ferdin). Cuando a Myles le
asignan la tarea de entrevistar a un destacado pianista llamado Duncan Ely
(Curd Jürgens), este se encuentra con un hombre de gustos muy particulares,
quien mantiene una extraña relación con su hija Roxanne (Barbara Parkins). Atraído
por sus manos perfectas, Duncan entabla una relación de amistad con Myles, a
quien incentiva a retomar su carrera como músico, lo que no le causa mucha
gracia a Paula a quien le incomoda el comportamiento del afamado pianista y de
su hija. Lo que ni Myles ni Paula saben, es que Duncan pertenece a una secta satánica
que pretende utilizar al periodista como un recipiente del alma del moribundo
pianista, quien hace ya algún tiempo sufre de leucemia. Cuando eventualmente
Duncan y su hija llevan a cabo el ritual necesario para cumplir su objetivo,
Paula no puede evitar notar el drástico cambio que ha sufrido la personalidad
de su marido, quien no solo ahora es capaz de tocar el piano como un verdadero
experto, sino que además se ha convertido en un hombre seguro y seductor. Dominada
por la confusión, la repulsión, y la atracción que le provoca el súbito cambio
de Myles, Paula intentará averiguar que ha sucedido con él, cuestionándose en
el proceso si de verdad quiere de regreso a su viejo marido.
De
manera muy similar a lo que sucede con “Rosemary´s Baby” (1968) del director
Roman Polanski, “The Mephisto Waltz” es una cinta que deambula por los terrenos
del horror psicológico, la cual es dominada por una sensación de perdición que
se cocina a fuego lento, y que es posible identificar de manera más evidente en
los perturbadores sueños que tiene Paula, a quien por momentos le cuesta
separar la realidad de la fantasía en sus intentos por decodificar la
naturaleza de la amistad que une a Myles y Duncan. Si por algo es recordada la
película de Wendkos, es por la gran cantidad de imágenes potencialmente
controversiales que contiene. Además de incluir una escena donde un perro que
está ocupando una máscara con un rostro humano parece abusar sexualmente del
personaje de Bisset, la secuencia que retrata la extravagante fiesta de año
nuevo que celebra Duncan en su casa, se caracteriza por su alto contenido
erótico, sus altas dosis de desnudez, y por su descripción sin tapujos de una
relación incestuosa. Si bien el director había rodado otra versión mucho más
recatada de esa secuencia anticipándose a las posibles objeciones que pudiesen
tener los organismos de censura de la época, curiosamente la demostración más
gráfica de la decadencia y la depravación de la secta liderada por Duncan pasó
sin problemas la temida revisión. Otra de las escenas más recordadas del film,
es aquella en la que Paula celebra una misa negra. Según Wendkos, “Cuando
Jackie Bisset tuvo que invocar al Diablo, ella estaba realmente asustada. Todos
los actores que habían recibido una formación católica estaban bastante
asustados con la idea de realizar una misa negra.” Fue tal el impacto que tuvo
esa escena para la actriz, que comenzó a tener pesadillas relacionadas con los
sucesos en los que se ve involucrado su personaje durante el transcurso de la
cinta.
Además
de mostrar una especial preocupación por incluir una serie de imágenes de corte
surrealista a lo largo del film, que refuerzan el carácter onírico de algunos
pasajes del relato, Wendkos hace hincapié en la relación enfermiza que se
desarrolla entre la dupla de protagonistas y los integrantes de la familia Ely,
en especial con Duncan, cuyo particular encanto parece afectar a todos quienes
lo rodean. Mientras que este mantiene una cuestionable relación su hija, Myles
no puede evitar verse enceguecido por la fama y fortuna de su nuevo mejor
amigo. Incluso Paula, quien expresa un marcado rechazo inicial por el
excéntrico personaje, cuando su marido comienza a comportarse como él no puede
evitar sentir que la insatisfacción que le provocaba su matrimonio gradualmente
comienza a desvanecerse. Al mismo tiempo que sucede todo esto, Myles termina
siendo reducido a un mero objeto por el resto de los personajes, quienes por
diferentes motivos expresan su deseo de poseerlo. Por otro lado, probablemente
el mayor problema que presenta “The Mephisto Waltz” es lo decepcionante que
termina siendo la manera como se aborda el tema de la transferencia de almas. Y
es que de acuerdo a lo descrito por Fred Mustard Steward en su novela, solo es
necesario aplicar un misterioso líquido en la frente de la persona que se desea
utilizar como recipiente para obtener el efecto deseado. Si bien lamentablemente
todo el asunto termina siendo demasiado ridículo como para tomarlo en serio, Wendkos
se las arregla para que esto no afecte demasiado la atmósfera y el tono que
trata de imponer durante gran parte del film.
Las
actuaciones en “The Mephisto Waltz” son bastante irregulares. Sumado al hecho
que la química entre Alda y Bisset es prácticamente inexistente, la energía
nerviosa que le imprime el actor a su personaje no provoca precisamente que
este se sitúe como un hombre atractivo o medianamente interesante. Esto tiene
como consecuencia que gran parte del peso dramático del film recaiga sobre los
hombros de Bisset, quien aun cuando exterioriza de forma efectiva la paranoia
que siente su personaje y lo contradictorio de sus actos una vez que se percata
de los cambios que está sufriendo su marido, en otros momentos del film, como
por ejemplo cuando debe afrontar una brutal tragedia familiar, su reacción es
tan inexpresiva que le quita dramatismo a toda la situación. Por otro lado, si
bien la dirección de fotografía de William W. Spencer tiene como resultado una
serie de postales bastante atractivas y escalofriantes, la verdad es que “The
Mephisto Waltz” estéticamente se asemeja demasiado a una producción pensada
para la televisión, lo que resulta algo decepcionante. Lo que sin lugar a dudas
es uno de los puntos altos de la cinta, es la atmosférica banda sonora del
compositor Jerry Goldsmith, la que lamentablemente a ratos es intercalada con
música de corte psicodélico, la cual estaba de moda en aquel entonces. Si en
algo se diferencia “The Mephisto Waltz” de otras producciones de temática
similar, es que exhibe una marcada indiferencia hacia las organizaciones
religiosas, ya que la historia se desarrolla en un mundo aparentemente inhabitado
por Dios. En ningún momento aparecen sacerdotes intentando ayudar a los
protagonistas, o estos se amparan en la fe encarnada en objetos sagrados.
Tampoco existen conversaciones centradas en la naturaleza del bien y el mal, ya
que gran parte de los personajes actúan motivados por su incontrolable lujuria.
Son sus diferencias y particularidades las que convierten a “The Mephisto Waltz”
es una producción que realiza una descripción bastante única e interesante de
los alcances del mal, la cual de haber sido manejada de otra manera por Wendkos
quizás hubiese tenido una repercusión mucho mayor a la que tuvo.
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