En
1934, tras conseguir la aprobación del presidente de los Estudios Universal,
Carl Leammle Jr., el director Edgar G. Ulmer comenzó a trabajar en un proyecto
que tenía por objetivo reunir por primera vez a las dos estrellas más
importantes del cine de terror de la época: Bela Lugosi y Boris Karloff. La
idea que sentaría las bases del proyecto se gestaría mientras Ulmer trabajaba en
la fabricación de algunos de los sets del film “The Golem” (1920), de los
directores Carl Boese y Paul Wegener. En aquel entonces, Ulmer conocería al
novelista Gustav Meyrinck, quien estaba trabajando en una obra inspirada en la
historia de una fortaleza francesa llamada Doumond, la cual había sido
destruida por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. De acuerdo
a algunos rumores, el comandante a cargo de dicha fortaleza era un hombre
extraño que fue obligado a ver como sus compañeros eran asesinados por el
ejército enemigo, lo que provocó que eventualmente se volviera completamente
loco. Fascinado por el relato de Meyrinck, Ulmer junto al guionista Peter Ruric
tomaron algunas de sus ideas y las mezclaron con una serie de reportajes
centrados en el testimonio de una pareja, que aseguraba haber tenido un
encuentro cercano con el culto satanista liderado por el británico Aleister
Crowley. De esta forma nació el guion de “The Black Cat” (1934), cuyo único
nexo con la obra homónima del escritor Edgar Allan Poe además del título,
parece ser el miedo irracional que uno de los protagonistas les tiene a los
gatos. Aunque Ulmer gozó de bastante libertad creativa durante la producción
del film, le resultó difícil plasmar su visión original considerando que solo
le asignaron un tercio del presupuesto que le habían prometido, y que le
impusieron un plazo de quince días para finalizar el rodaje.
En
“The Black Cat”, Peter (David Manners) y Joan Alison (Jacqueline Wells) es una
pareja de recién casados que está camino a Hungría para pasar su luna de miel. Debido
a un malentendido, se ven obligados a compartir el compartimento del tren en el
cual viajan con Vitus Werdegast (Bela Lugosi), un psiquiatra húngaro que les
explica que hace 18 años atrás, tras ser capturado por el ejército enemigo
durante un ataque a la fortaleza que custodiaba en la Primera Guerra Mundial, terminó
siendo enviado a una prisión en Siberia donde permaneció durante quince años,
tiempo en el cual su alma se sumergió en una profunda amargura, fomentada por
el hecho que nunca más pudo volver a ver a su mujer y a su hija. Werdegast además
les menciona que está viajando a Hungría con el fin de visitar a un viejo
amigo, un arquitecto llamado Hjalmar Poelzig (Boris Karloff), a quien no ha
visto hace muchos años. El encuentro fortuito de estos tres personajes se
extenderá más tiempo del esperado, cuando el bus en el que viajan sufre un
accidente, el cual le provoca algunas lesiones a Joan. A sabiendas que el hogar
de Poelzig se encuentra a pocos metros del accidente, Werdegast propone llevar
a Joan hasta allá para revisar sus heridas. A su llegada al castillo donde
reside Poelzig, si bien resulta evidente que ambos hombres son viejos
conocidos, también se revela que la relación entre él y Vitus es bastante más compleja
de lo que este último estaba dispuesto a admitir. De forma súbita, Joan y Peter
se ven atrapados en la batalla de ingenios que se establece entre estos dos
hombres, la cual también incluye la intervención de un culto satánico, lo que inevitablemente
pone en riesgo las vidas de todos los involucrados.
Algo
que llama la atención con respecto a “The Black Cat”, son las múltiples
referencias que presenta en relación al tema de la muerte. En mayor o menor
medida, todos los personajes tienen una estrecha relación con la muerte. Poelzig
por ejemplo, después del primer ataque de ailurofobia que sufre Werdegast, declara
de manera poética que “el gato negro es inmortal, inmortal como el mal.” Algunos
minutos después, cuando Poelzig le pide a uno de sus subordinados que corte las
líneas telefónicas para evitar que la pareja de recién casados escape de su
castillo, mira a Werdegast con una marcada ponzoña y le comenta, “¿Escuchaste
eso Vitus? Incluso el teléfono está muerto.” Como si el personaje interpretado
por Karloff no fuese lo suficientemente macabro, a lo largo de la cinta se
sugiere que practica la necrofilia, ya que almacena una serie de cadáveres de
mujeres en el sótano de su domicilio, a los cuales se refiere con un tono perversamente
erótico. Practicante habitual del satanismo y el ocultismo, Poelzig tiene una
fuerte conexión con la muerte y la tortura, en especial al momento de celebrar
misas negras en honor a su oscuro maestro, las cuales culminan con el
sacrificio humano de rigor. Werdegast en cambio, tiene una relación con la
muerte que no solo es trágica sino que también tremendamente espiritual. Atormentado
por el brutal fallecimiento de sus compañeros de armas y por la pérdida de su
familia a manos de sus enemigos, Werdegast ha sido incapaz de dejar ir los
fantasmas de su pasado, lo que lo ha convertido en un muerto en vida cuya única
motivación es vengarse de los responsables de su descenso a los infiernos.
Evidentemente,
gran parte de la tensión presente en el film es generada por la relación que se
establece entre Poelzig y Werdegast, la cual termina sacando a relucir lo peor
de ambos personajes. Mientras que Werdegast constantemente se está debatiendo
entre el bien y el mal, y entre la cordura y la locura, Poelzig es un personaje
tan escalofriante que por momentos parece ser la viva encarnación del mal. Cuando
estos dos hombres no están intentando destruirse mutuamente, o cuando Poelzig
no está atormentando a sus inesperados invitados, es el propio castillo del
personaje de Karloff el que cumple la función de transmitir que los
protagonistas están atrapados en un lugar que invita a la perdición y la
muerte. Los interiores del castillo que se construyó sobre la ruinas de la
fortaleza que alguna vez protegió Werdegast, se caracterizan por estar plagados
de formas geométricas y bordes afilados, manteniendo una estética modernista
cercana al art déco, la cual se combina con algunos toques de expresionismo
alemán el cual se extiende a la dirección de fotografía de John J. Mescall,
quien juega un rol fundamental a la hora de construir la atmósfera onírica y perturbadora
que domina al film. Los sets, los cuales fueron diseñados por el propio Ulmer,
resultan sorprendentes porque rompen con todo lo que se había visto hasta aquel
entonces en otras películas de horror producidas por los Estudios Universal,
donde solían primar las ambientaciones góticas. Especialmente interesante
resulta ser el altar utilizado por Poelzig, el cual se dice que fue construido
por Ulmer siguiendo las instrucciones que le había dado Aleister Crowley.
En
“The Black Cat” es Karloff quien se lleva gran parte del peso dramático del
film, aun cuando su rol tiene la misma importancia que el de su co-estrella. Su
actuación es sencillamente superlativa, ya que construye a un personaje que tras
su encanto superficial, es muchísimo más aterrador que los monstruos clásicos
que le tocó interpretar y que lo lanzaron a la fama. Especialmente potente
resulta ser un monólogo que realiza con respecto a los efectos duraderos y
deshumanizantes de los conflictos bélicos, específicamente de la Primera Guerra
Mundial. Lugosi en cambio, aun cuando entrega una de las mejores actuaciones de
su carrera, no alcanza a igualar los niveles interpretativos de Karloff. De
manera inteligente, Lugosi utiliza su marcado acento para transformar algunos
diálogos sin demasiado peso dramático, en frases que reflejan la obsesión y el
dolor que motiva sus actos. Pese a que queda perfectamente establecido que
Werdegast presenta más rasgos de víctima que de victimario, se dice que Lugosi
no quedó del todo satisfecho con su personaje, debido a que consideraba que en
el fondo no se diferenciaba demasiado de Poelzig. A raíz de esto, Ulmer accedió
rodar un par de escenas adicionales que tenían como objetivo humanizar a Werdegast,
quien eventualmente intenta redimir su alma salvaguardando la vida de la frágil
Joan Alison. El hecho que “The Black Cat” fuese realizada antes que el infame
Código Hays tomara control de la industria cinematográfica hollywoodense, le
permitió a Ulmer conformar una historia controversial, inteligente, sutil, y
por momentos demasiado real, la que lamentablemente no sería bien recibida ni
por el público ni por la crítica de la época. Solo el paso de los años le
traería a la cinta de Ulmer el reconocimiento que merecía. Y es que el director
no solo sigue la lógica que el horror debiese transportar al espectador a un
mundo similar al que conoce, sino que además el film funciona como un
recordatorio de las sombrías ansiedades que atormentaban a las generaciones que
les tocó vivir un conflicto bélico a gran escala como lo fue la Primera Guerra
Mundial.
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