Tras el éxito de “The Body Snatcher” (1945) y “Isle of the Dead” (1945), los ejecutivos del Estudio RKO le otorgaron al productor Val Lewton un presupuesto de $350.000 dólares para que desarrollara su próximo proyecto. Ambientada en el Londres del siglo XVIII, “Bedlam” (1949) no solo sería la tercera y última colaboración entre el productor y Boris Karloff, sino que además sería la última entrada en el ciclo de thrillers de horror que Lewton realizó mientras estuvo a cargo de la Unidad B de la RKO. Inspirado en la pintura del mismo nombre del pintor William Hogarth, la cual pertenece a un ciclo de obras que el artista denominó “The Rake´s Progress”, Lewton desarrolló un guion cuyo objetivo principal era contrastar el pensamiento irracional con el pensamiento iluminado propio del hombre moderno. Tal y como lo había hecho en otras oportunidades, Lewton les pidió a los directores de arte, Albert S. D´Agostino y Walter E. Keller, que reutilizaran y remodelaran algunos sets que habían sido utilizados en otras películas para así reducir los costos de producción. A raíz de esto, la dupla de profesionales tomaría prestada la iglesia construida para el film “The Bells of St. Mary´s” (1945), y la convertiría en el manicomio donde transcurre gran parte de la historia. Cabe mencionar que Lewton no solo se limitó a reciclar sets, sino que además reutilizó piezas de vestuario diseñadas para otras producciones, como por ejemplo un vestido que la actriz Vivien Leigh lució en la cinta “Gone With the Wind” (1939).

La trama de “Bedlam” es relativamente sencilla. Nell Bowen (Anna Lee) es una joven actriz que está bajo la protección de Lord Mortimer (Billy House), un aristócrata dispéptico y petulante. Cuando en medio de un evento teatral organizado por Lord Mortimer fallece un paciente del hospital psiquiátrico de Santa María de Belén, Nell junto a un cuáquero llamado Hannay (Richard Fraser), emprenden una cruzada para mejorar las brutales condiciones en las que viven los internos del hospital. Sin embargo, cuando el director de la institución psiquiátrica, un siniestro hombre llamado George Sims (Boris Karloff), se entera de las intenciones de la muchacha, pone en marcha un plan para internarla en el lugar y poner en riesgo tanto su sanidad mental como su vida. Para comprender mejor los alcances de la trama, es necesario conocer el contexto histórico en el cual se desarrolla. En el siglo XIII, se inauguró en Gran Bretaña el primer hospital psiquiátrico del mundo moderno, el Bethlem Royal Hospital, el cual estaba a cargo de las hermanas de la Orden de la Estrella de Belén. Lamentablemente las buenas intenciones del grupo de religiosas no se prolongaron por demasiado tiempo, por lo que cuando el gobierno tomó posesión del inmueble, este estaba convertido en una espantosa prisión en la cual los internos vivían en condiciones espantosas. Recién a principios del siglo XVIII, durante la llamada Era de la Razón, la gente comenzó a darse cuenta que existían maneras más civilizadas de ayudar a los pacientes psiquiátricos, que hasta ese entonces eran vistos como parias por el resto de la sociedad. 


Para Lewton, el proceso que implicó el cambio de paradigma de la psiquiatría resultó ser tan interesante, que lo convirtió en la pieza central de su historia. Es así como durante la primera mitad del film, el director Mark Robson se dedica a retratar de manera explícita los maltratos sufridos por los internos de la institución manejada por el personaje de Karloff, al mismo tiempo que describe la actitud indolente de la aristocracia de la época y de la propia Nell, quien en un principio asiste al evento organizado por Lord Mortimer como si se tratara de una peculiar visita turística. Ya durante la segunda mitad de la historia, luego que Nell ha sido testigo presencial de los horrores vividos al interior del hospital, es posible apreciar como los numerosos intentos que realiza la protagonista por cambiar una situación que a todas luces es inhumana, son confrontados con el desprecio y la indiferencia de aquellos que no tienen ninguna intención de cambiar su retorcida manera de ver las cosas. El simple hecho que “Bedlam” explorara de manera gráfica un tema tan sórdido como el maltrato que sufrían los pacientes psiquiátricos, y que al mismo tiempo retratara la absoluta amoralidad de un cierto segmento de la sociedad inglesa del siglo XVIII, provocó que el infame Código de Producción suspendiera momentáneamente el rodaje del film, hasta que Lewton realizase algunos cambios en el guion que apuntaban a eximir de toda culpa moral a los pacientes psiquiátricos por los crímenes que cometen, y a especificar que los hechos presentados en la película no reflejaban el funcionamiento de las instituciones psiquiátricas contemporáneas.

En esencia, “Bedlam” no debiese ser catalogada como una película de terror aun cuando fue promocionada como tal y presenta algunos elementos del género, como por ejemplo su brutal final que exhibe una serie de paralelos con el relato de Edgar Allan Poe, “El Barril del Amontillado”. La cinta de Robson es más bien un oscuro melodrama que incluso incluye una tormentosa historia de amor, el cual se sumerge en los complejos terrenos de la locura y en el lado más siniestro del ser humano, dando como resultado la conformación de una realidad donde los verdaderos monstruos son los hombres como George Sims, quienes solo actúan motivados por su propia ambición. Es en este contexto que se produce la transformación de la protagonista, la cual es fuertemente influenciada por el personaje interpretado por Richard Fraser, quien es el responsable de enseñarle a Nell el verdadero valor de la vida humana. Resulta sumamente interesante ver como la indiferencia inicial de Nell se convierte en horror y desesperación cuando es internada contra su voluntad en Santa María de Belén, hecho que se presenta como el segundo punto de inflexión de su traumático proceso de transformación. Todo esto tiene un mayor impacto en el espectador gracias al espléndido trabajo de Anna Lee, quien encarna de manera verosímil a una mujer feminista, independiente, cínica, y pragmática, que decide tomar cartas en un asunto que todo el mundo prefiere ignorar. Como su contraparte, Boris Karloff interpreta de manera magnífica a un hombre culto pero completamente amoral, el cual no duda en utilizar su posición de privilegio para obtener toda clase de beneficios, sin importarle cuantas vidas deba destruir en el proceso. George Sims es un verdadero monstruo, y como tal, sufre un destino bastante similar al experimentado por el personaje interpretado por el propio Karloff en la mítica “Frankenstein” (1931) de James Whale. 


Pese a tratarse de una película engalanada por una historia interesante, el buen trabajo de su elenco, el maravilloso trabajo de fotografía de Nicholas Musaraca, y la atmosférica banda sonora de Roy Webb, al momento de su estreno “Bedlam” obtuvo una tibia recepción por parte del público y la crítica. Y es que para muchos resultó decepcionante que Lewton y su equipo de colaboradores habituales, se alejaran de los terrenos del horror para adentrarse de lleno en una historia poseedora de una fuerte crítica social. Tampoco ayudó demasiado el hecho que la cinta por momentos sacrifique su ritmo narrativo al incluir una serie de escenas fuertemente cargadas al diálogo. Lamentablemente para Lewton, las pérdidas generadas por el fracaso de la película significaron su desvinculación de los Estudios RKO, tras lo cual produciría un par de cintas bastante olvidables antes de fallecer a los 46 años de edad producto de un infarto cardíaco. Si bien no es considerada como una de las mejores producciones de Lewton, hoy en día “Bedlam” se ha visto revalorizada por ser considerada como una de las primeras películas de horror feministas. Y es que básicamente Nell Bowen es castigada por su inteligencia y su personalidad extrovertida y extravagante, y no por haber cometido una falta que atenta contra el sistema social en el que se desenvuelve a diario. No exenta de falencias, “Bedlam” se alza como una producción subvalorada que no solo apela a la emotividad del espectador, sino que también lo invita a meditar acerca de la definición de locura, y sobre los alcances de la psiquiatría y la medicina moderna.

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