Para principios de la década del cuarenta, el director Frank Capra ya había obtenido tres Premios Oscar por las cintas “It Happened One Night” (1934), “Mr. Deeds Goes to Town” (1936), y “You Can´t Take It With You” (1938). Habiendo probado su valía como director, Capra comenzó a albergar el deseo de involucrarse en un proyecto que fuese mero entretenimiento. Cuando eventualmente quiso comprar los derechos de la obra de Broadway, “Arsenic and Old Lace”, del dramaturgo Joseph Kesselring, se encontró con la sorpresa que los Estudios Warner Brothers ya los habían adquirido. Debido a los buenos resultados comerciales de su film más reciente, “Meet John Doe” (1941), y al hecho que ofreció rodar la adaptación en un plazo de cuatro semanas con un presupuesto de $400.000 dólares, los ejecutivos de la Warner terminaron cediéndole la dirección del proyecto. Para Capra, era primordial contar con gran parte del elenco que participaba en la obra original, especialmente con las actrices Jean Adair y Josephine Hull, y con la estrella del espectáculo, el actor Boris Karloff. Aunque pudo asegurar la participación de ambas actrices y del actor John Alexander, los productores de la obra impidieron que Karloff participara en el film. A raíz de esto, Capra se vio en la obligación de contratar a Raymond Massey, a quien maquillarían con el fin que se pareciera lo más posible a Karloff, parecido que sería utilizado como una broma recurrente dentro de la historia. La eventual inclusión de Cary Grant en la película respondería a un intento por parte de los ejecutivos del Estudio de rescatar la carrera del actor, la cual se había visto resentida por el fracaso de la cinta “The Man Who Came to Dinner” (1942). Su inclusión en la producción generaría un cambio significativo del guion, ya que su personaje pasó de ser secundario a convertirse en el protagonista del relato.

En “Arsenic and Old Lace” (1944), Mortimer Brewster (Cary Grant) es un crítico teatral y un abierto opositor al matrimonio, el cual irónicamente ha decidido casarse en secreto con Elaine Harper (Priscilla Lane) tras enamorarse perdidamente de ella. El mismo día de su matrimonio, Mortimer viaja a Brooklyn para contarles la feliz noticia a sus tías Abby (Josephine Hull) y Martha (Jean Adair). Poco tiempo después de llegar al hogar donde se crió, Mortimer descubre el cadáver de un hombre, cuya muerte se la endosa a su hermano Teddy (John Alexander), quien está convencido que es el Presidente Theodore Roosevelt. Cuando les comenta insistentemente a sus tías que su hermano debe ser internado en una institución psiquiátrica, ellas le revelan que no solo son responsables de la muerte del pobre hombre, sino que además es su duodécima víctima. Ante la incredulidad de Mortimer, Abby y Martha le explican que durante mucho tiempo se han dedicado a aliviar con cianuro las penurias de hombres solitarios, hecho que ellas ven como un peculiar acto de caridad. Con la ayuda de Teddy, quien está convencido que ha estado trabajando en la construcción del Canal de Panamá, las ancianas han ocultado todos los cadáveres de sus víctimas en el sótano de su casa. Las cosas se complican aun más cuando llega Jonathan (Raymond Massey), el otro hermano de Mortimer quien es un asesino serial buscado por la policía, en compañía de un cirujano plástico con una fuerte dependencia al alcohol llamado Herman Einstein (Peter Lorre). Gracias al Dr. Einstein, Jonathan luce un nuevo rostro que se asemeja bastante al del actor Boris Karloff, lo que es señalado por casi todos los que lo rodean. Ante la presión de Elaine quien desea irse luego de luna de miel a las Cataratas del Niágara, y el caos reinante en la casa de los Brewster, Mortimer tendrá solo una noche para intentar resolver la demencial situación, evitando volverse loco en el proceso. 



Habitualmente en los filmes de Capra, como sucede por ejemplo en “Mr. Smith Goes to Washington” (1939) y “Mr. Deeds Goes to Town”, los protagonistas suelen ser personajes idealistas que se ven confrontados a una sociedad cínica que los ridiculiza, hasta que deciden pelear por ellos mismos y sus ideales. Aunque el trasfondo temático de esas dos producciones dista bastante de lo exhibido en “Arsenic and Old Lace”, Mortimer Brewster también es un hombre que pese a tener todo en contra, decide afrontar sus problemas e intentar superarlos con las pocas herramientas que tiene a mano. Si bien su enemigo no es una multitud de personajes cínicos, el hecho que deba enfrentar a un grupo de gente completamente loca que tiene nula consciencia de las consecuencias de sus acciones no facilita nada las cosas. Aun cuando en ocasiones Mortimer se ve superado por la sucesión de eventos acontecidos al interior de la casa de sus tías, con el correr de los minutos se las arregla para encontrar una solución práctica a los problemas de su familia que no implique necesariamente entregarlos a la policía. Se podría argumentar que quizás el hecho de trabajar como crítico, ha impedido que lo ciegue el idealismo que caracteriza a otros protagonistas de las obras de Capra, y que por lo general solo les permite ver el mundo en blanco y negro. Debido a que Mortimer está acostumbrado a ver el mundo con un ojo crítico, sus decisiones parecen ser más juiciosas aun cuando todo lo que lo rodea está sumido por completo en la locura.

La culpa con la que Mortimer debe lidiar una vez que conoce todos los secretos de su familia, y los múltiples esfuerzos que realiza con tal de escondérselos al resto de la sociedad y a su prometida, son en gran medida los generadores de la comedia presente en “Arsenic and Old Lace”. Y es que Mortimer intenta navegar a través de los problemas psicológicos de su familia y las normas morales establecidas por la sociedad, a sabiendas que tiene la obligación de hacer lo que sea mejor para ellos, pese a la cantidad inconmensurable de estrés que aquello le provoca, sin contar que al entrar en contacto con Jonathan está poniendo en riesgo su vida. Por ejemplo, en un determinado momento del film, el Dr. Einstein distrae a Mortimer para que Jonathan pueda atarlo y posteriormente torturarlo, demostrando que la historia también tiene espacio para momentos de humor negro y terror. Cuando el protagonista intenta recordar como era la relación con su hermano, Jonathan le refresca la memoria mencionándole la ocasión en la que lo amarró a los postes de su cama para después introducirle agujas bajo las uñas. Jonathan es un sádico en toda su regla, aseveración que es corroborada por las reacciones que su presencia provoca en el resto de las personas. Mientras que sus tías tiemblan de miedo al verlo, el Dr. Einstein constantemente le está pidiendo clemencia a su peculiar paciente. Como si todo esto fuese poco, Mortimer también se ve obligado a examinar la posibilidad de haber heredado la locura que corre por las venas de la familia Brewster, aun cuando esta aun no se ha manifestado en su persona. A medida que se acerca el final de la historia, la tarea de Mortimer se torna aun más frenética cuando intenta atar todos los cabos sueltos antes de poder llevar a su esposa a su anhelada luna de miel. Cuando finalmente logra su cometido, toma un taxi gritando, “¡No soy un Brewster! Soy el hijo de un cocinero de barco,” como si eso lo eximiera del demencial ambiente en el cual se crió. 



Lo absurdo de la historia inevitablemente se traspasa a todos los personajes, cuyas contradicciones dan a entender que nadie es quien parece ser. Mortimer pese a presumir que ha escrito más de cuatro millones de palabras en contra del matrimonio, se comporta como un tonto enamorado. Sus tías que despiertan admiración en quienes las conocen debido a su aparente bondad y generosidad, se dedican a coleccionar cadáveres en el sótano. Elaine pese a ser la hija de un pastor luterano, protagoniza una escena erótica en el asiento trasero de un taxi. Jonathan es un peligroso asesino en serie, pero cada vez que lo comparan con Boris Karloff no puede evitar revelar su temperamento infantil. El Dr. Einstein aun cuando asegura haber obtenido su título en Heidelberg, no hay nada que compruebe que realmente haya estudiado medicina. El oficial Patrick O´Hara (Jack Carson) es un representante de la ley, pero su gran sueño es convertirse en un dramaturgo reconocido. El Sr. Whiterspoon (Edward Everett Horton) dirige un sanatorio mental, pero la envidia que le producen sus pacientes lo impulsa a actuar de manera excéntrica. El teniente Rooney (James Gleason) parece ser un hombre inteligente, pero deja que el Dr. Einstein escape y se muestra incrédulo ante la historia de los doce cadáveres que están enterrados en la casa de los Brewster. Finalmente, Teddy Brewster cree que es el Presidente Theodore Roosevelt, y asegura que será el último Roosevelt en llegar a la Casa Blanca. La locura presente en “Arsenic and Old Lace” es altamente contagiosa, y constantemente pone en tela de juicio el concepto de normalidad que maneja Mortimer, aunque siempre desde un punto de vista humorístico.

Gran parte del encanto de la película reside en las actuaciones de la totalidad del elenco participante. Debido a lo delirante del guion escrito por Julius y Philip Epstein, Capra le pidió a Cary Grant que sobreactuara, lo que no le hizo demasiada gracia al actor, quien en varias oportunidades declaró que no estaba para nada contento con su participación en “Arsenic and Old Lace”, al punto de señalarla como la peor actuación de su carrera. Más allá de la disconformidad de Grant, su interpretación es completamente acorde al tono de una película marcada por la comedia incesante, por una infinidad de diálogos memorables, y por un humor negro que por momentos colinda con el horror. Por otro lado, pese a que gran parte de la acción sucede en un solo lugar, Frank Capra le imprime un dinamismo a la historia que impide que esta ser torne monótona, pese a que hay varios gags que se repiten de forma constante. Al momento de su estreno, “Arsenic and Old Lace” gozó de un gran éxito comercial tanto en los Estados Unidos como en el extranjero. Más allá de la buena factura de la película, posiblemente el hecho que tanto la violencia como los villanos presentes en la historia fuesen motivo de risa, motivó a muchas personas a asistir a las salas de cine para olvidar momentáneamente los horrores de la Segunda Guerra Mundial, demostrando que una comedia quizás no va a cambiar al mundo, pero si puede ayudar a soportarlo.

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