Hijo del actor y director teatral español Narciso Ibáñez Menta y de la actriz argentina Pepita Serrador, el actor, guionista, productor y director uruguayo/español Narciso Ibáñez Serrador se radicaría en España luego que su madre decidiera continuar su carrera en el viejo continente. Tras dar sus primeros pasos en el mundo de la radio y el teatro, durante la década del sesenta dio el salto a la televisión donde adquiriría cierta notoriedad por la creación de la serie “Historias Para No Dormir” (1966-1968), la cual se centraba en la narración de historias de terror tanto originales como basadas en la obra de autores como Ray Bradbury y Edgar Allan Poe, entre otros. Su éxito en televisión le permitió probar suerte en la industria cinematográfica con la cinta de horror, “La Residencia” (1969), la cual obtuvo una buena recepción tanto a nivel local como internacional. Pese a eso, pasarían seis años antes que Ibáñez Serrador incursionara nuevamente en el cine con la que sería su segunda y última película, ¿Quién Puede Matar a un Niño? (1976). Con la intención de plasmar la idea que incluso el alma candorosa de un niño es capaz de albergar maldad, el director decidió adaptar la novela “El Juego de los Niños” del escritor Juan José Plans, la cual exploraba ese tema de forma bastante particular. Si bien la idea de los niños como recipientes de maldad ya había sido explorada previamente en películas como “The Bad Seed” (1956) de Mervyn LeRoy y “Village of the Damned” (1960) de Wolf Rilla, en la década de los setenta el tema nuevamente tomaría fuerza gracias al estreno de films como “The Other” (1972), “The Exorcist” (1973), “It´s Alive” (1974) y “The Omen” (1976), entre otros.

En ¿Quién Puede Matar a un Niño?, Tom (Lewis Fiander) y Evelyn (Prunella Ransome) es una pareja de turistas anglosajones que tras llegar de vacaciones a la localidad española ficticia de Benavís, deciden navegar hasta la remota isla de Almanzora, la cual Tom visitó algunos años atrás en solitario. A su llegada a la pequeña villa que se encuentra ubicada en medio de la isla, se sorprenden al percatarse que sus calles parecen estar pobladas exclusivamente por niños, los cuales se comportan de manera bastante extraña. Bajo la presunción que la mayoría de los habitantes de la villa deben haber asistido a alguna clase de evento local, Tom decide explorar el lugar en busca de respuestas mientras que Evelyn, quien se encuentra embarazada, se refugia en un bar abandonado a la espera que su marido regrese. Cuando eventualmente Tom es testigo del asesinato de un hombre a manos de una pequeña niña, la que posteriormente junto a otros menores comienzan a jugar con el cadáver, este se da cuenta de lo que en verdad está sucediendo en la isla. Con el tiempo en su contra, Tom y Evelyn tendrán que intentar escapar de la isla de Almanzora con vida, viéndose obligados a cuestionarse si son capaces de asesinar a un niño con tal de sobrevivir a la macabra situación en la que se encuentran inmersos y que jamás imaginaron experimentar.


Desde el inicio del film, Narciso Ibáñez Serrador se encarga de establecer que los niños habitualmente son los principales receptores de la maldad provocada por los seres humanos, por lo que parece lógico que en algún momento abandonen su rol de víctimas para convertirse en victimarios de los culpables de su sufrimiento. Esto lo logra mediante la inclusión de un prólogo de aproximadamente siete minutos de duración compuesto por una serie de imágenes de archivo. En dicho prólogo se incluye entre otras cosas, imágenes de una serie de cadáveres, entre los que se encuentran los cuerpos de algunos niños demacrados, siendo enterrados en tumbas comunes durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial; una niña vietnamita de nueve años de edad corriendo desnuda por una calle, con su cuerpo descolorido por la exposición al Napalm; y niños nigerianos recién nacidos acostados sobre la tierra mientras la guerra civil estalla a su alrededor, con sus estómagos distendidos y sus extremidades marchitadas. El narrador de dicho prólogo además se asegura de recalcar que, durante cada movimiento represivo y cada guerra ocurrida en los últimos cincuenta años, los niños han sido las mayores víctimas, aseveración que queda respaldada por la aparición de cifras que detallan la cantidad de menores de edad fallecidos en cada conflicto.  

Tal como sucede en cintas como “Village of the Damned” y “Children of the Corn” (1984), ¿Quién Puede Matar a un Niño? plantea un conflicto entre adultos y niños utilizando en esta ocasión como base dramática la dinámica establecida en el film “Night of the Living Dead” (1968) de George A. Romero. A diferencia de lo que sucede en esas películas, en está oportunidad la aterradora premisa no se diluye convirtiendo a los niños en alienígenas o en maníacos religiosos que son controlados por una entidad sobrenatural. De hecho, los niños de Almanzora eran, hasta la noche previa a los sucesos que relata la cinta, completamente normales. Incluso ahora su comportamiento es acorde a alguien de su edad; ellos juegan, se ríen y corren por las calles de la villa en busca de diversión. El problema es que la naturaleza de su diversión ha cambiado drásticamente. Inspirado en lo realizado por Alfred Hitchcock en “The Birds” (1963), Ibáñez Serrador no entrega ningún tipo de información que ayude al espectador a comprender que es lo que realmente está sucediendo en Almanzora. Al mismo tiempo, al igual que el cineasta británico, Ibáñez Serrador utiliza el primer acto del film para construir una atmósfera de suspenso que gira en torno a los escenarios y los contrastes. Tras contrastar el jolgorio reinante en la península ibérica con el silencio sepulcral de la villa de Almazora, el director inserta una serie de imágenes que sugieren que la vida en el lugar ha sido drásticamente interrumpida: un carro de helados cuya mercancía está totalmente derretida, un pollo quemado que da vueltas sin parar sobre un brasero, una televisión encendida que solo muestra estática en su pantalla, y el sonido incesante de un teléfono cuyo interlocutor resulta ser alguien que parece estar pidiendo ayuda en alemán. La tensión generada por este escenario finalmente estalla cuando Tom descubre a un grupo de niños golpeando a una piñata humana con una guadaña, marcando el inicio de una escalada de violencia que no se detendrá hasta el sorpresivo clímax del film.


La dinámica que se establece entre Tom y Evelyn también contribuye a aumentar la tensión de la trama. Preocupado por el embarazo de su esposa y la posible reacción que pueda tener al enterarse de lo que está sucediendo en Almanzora, Tom decide ocultarle lo que ha visto a Evelyn hasta que la realidad es imposible de evadir. El horror en el rostro de Evelyn cuando examina la posibilidad que el hijo que está esperando haya sido contaminado por la maldad que reina en la isla, es uno de los momentos más desgarradores de un film que durante su segunda mitad busca examinar la respuesta que tienen los protagonistas ante el caos en el que se ven inmersos, cuando se ven obligados a responder la pregunta que plantea el título de la producción. El drama que vive la pareja es correctamente interpretado por Prunella Ransome y Lewis Flander, quienes exhiben una química que permite que su interacción resulte bastante realista, independiente de la opinión del propio Ibáñez Serrador quien eventualmente revelaría su disconformidad con la actuación de Fiander. Por otro lado, resulta destacable el estupendo trabajo de fotografía de José Luis Alcaine y la emotiva banda sonora de Waldo de los Ríos, quienes son en gran medida responsables de la atmósfera malsana y opresiva que posee la cinta. El estreno de ¿Quién Puede Matar a un Niño? generaría diversas reacciones tanto en el público como en la crítica. Mientras que algunos entendidos postularon que la película era una suerte de metáfora del proceso experimentado por el pueblo español luego del fin del franquismo, otros aseguraron que se trataba de una fábula de ciencia ficción acerca de un posible futuro distópico dominado por niños. Más allá de las posibles interpretaciones que se le pueden dar a la historia narrada por Ibáñez Serrador, la manera en como el director utiliza la naturaleza violenta de los seres humanos, específicamente de los adultos, para crear un relato en el cual los niños hartos de ser considerados un simple daño colateral, deciden revelarse en contra de quienes están llamados a protegerlos, es sencillamente magnífica ya que plantea una serie de conflictos que no están exentos de ironía, los cuales son explorados con una crudeza tal que resulta imposible abstraerse de una historia que llama al espectador a cuestionarse cual es el rol de la sociedad en las conductas infantiles y cuales son los límites que cada uno está dispuesto a cruzar con tal de asegurar su propia sobrevivencia.

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