Mientras duró la Segunda Guerra Mundial y durante la década posterior a su término, Hollywood contribuyó de manera activa en el proceso de unificación ideológica de la sociedad norteamericana. A través de los periódicos, los programas radiales, el cine y la publicidad, los norteamericanos se vieron expuestos a dosis diarias de propaganda bélica creada especialmente para levantar sus espíritus, engendrar sentimientos patriotas, y explicarles los motivos por los que Estados Unidos había ido a la guerra. Ya para mediados de la década del sesenta, los mensajes que emanaban de las producciones hollywoodenses eran muy diferentes. La Guerra de Corea, el enfrentamiento eterno entre la OTAN y el bloque soviético, y la Guerra de Vietnam, provocaron que para toda una generación de norteamericanos el jingoísmo y la noción de “guerra moral” se convirtieran en conceptos que habían perdido por completo su validez. Robert Aldrich sería uno de los directores que durante los años sesenta comenzó a mostrar un marcado interés por filmar otro tipo de relatos bélicos. De forma paralela, el escritor E. M. Nathanson estaba trabajando en una novela titulada “The Dirty Dozen”, la cual se dice que bebía de dos supuestas influencias. Una de ellas era la historia de una división de paracaidistas experta en demoliciones conocida como “The Filthy Thirteen”, cuyo apodo se debía a que nadie se bañó o se afeitó durante el entrenamiento previo a la invasión de Normandía. La otra tenía relación con una historia que le contó el director Russ Mayer, quien durante la guerra ofició como camarógrafo. Según Mayer, durante la Segunda Guerra Mundial hubo un grupo de soldados sentenciados a prisión que fueron entrenados especialmente para cometer asesinatos y actos de sabotaje tras líneas enemigas, cuya existencia nunca se pudo comprobar. Cuando Aldrich se enteró del contenido de la novela de Nathanson, intentó comprar los derechos incluso antes de que el relato se publicara. En 1963, luego del intento fallido por parte de Aldrich de asegurar la adaptación, los Estudios Metro Goldwyn Mayer adquirieron los derechos y comenzaron a trabajar en la creación de un guion que fuese lo suficientemente bueno para llevarlo a la pantalla grande. Tras varios guiones fallidos, los ejecutivos de la MGM decidieron traer a Aldrich para que trabajara sobre un guion escrito por Nunnally Johnson, el cual según director hubiese servido para realizar “una cinta bélica aceptable en 1945”. A raíz de esto Aldrich llamó al guionista alemán Lukas Heller, con quien había trabajado previamente en tres de sus filmes, para que modernizara la historia integrándole ciertas dosis de humor negro y un tono claramente anti-autoritario.  

En “The Dirty Dozen” (1967), el Mayor John Reisman (Lee Marvin) es un hombre cuyo comportamiento fuera de lo común a menudo le provoca problemas al interior de la rígida estructura militar a la que pertenece.  Es a raíz de esto que en Marzo de 1944, se le asigna la supervisión de una misión prácticamente suicida. Previo a la invasión de Europa continental por parte de las fuerzas Aliadas, él y un grupo de hombres, a quienes deberá entrenar personalmente en compañía del Sargento Clyde Bowren (Richard Jaeckel), tendrán que infiltrarse en un castillo francés fuertemente vigilado el cual es utilizado por los nazis como casa de descanso para sus oficiales de más alto rango, con el fin de asesinarlos y realizar labores de sabotaje. El problema es que el escuadrón de Reisman está constituido por doce soldados que por distintos crímenes actualmente se encuentran en prisión, muchos de ellos sentenciados a muerte. Pese a que a Reisman no le gusta la idea de trabajar con convictos, y mucho menos el hecho que estos sean perdonados si logran sobrevivir a la misión, no lo quedará más remedio que intentar que ellos trabajen como un equipo, lo que no será una tarea sencilla considerando que en su mayoría son hombres desequilibrados sin ningún respeto por la autoridad, y cuya única motivación es salvar su propio pellejo. Entre los integrantes más importantes de este peculiar escuadrón suicida está Robert T. Jefferson (Jim Brown), un soldado que tras ser víctima de racismo tuvo una reacción violenta que lo envió a prisión; Joseph T. Wladislaw (Charles Bronson), quien tres días después de ser promovido, le disparó a otro oficial por la espalda cuando este entró en pánico al estar bajo fuego y trató de escapar con un botequín de primeros auxilios; Victor R. Franko (John Cassavetes), un matón de poca monta cuya especialidad es meterse en problemas; Archer J. Maggott (Telly Savalas), un verdadero maníaco cuyo fanatismo religioso no puede ser aplacado por nada ni nadie; Vernon L. Pinkley (Donald Sutherland), un soldado cuya estupidez es compensada por su carisma; y Samson Posey (Clint Walker), un gentil gigante al que no le gusta que la gente lo pase a llevar, lo que explica por qué asesinó a un hombre con un furibundo golpe en la mandíbula. 



Varios años después del estreno de “The Dirty Dozen”, Robert Aldrich declararía en una entrevista, “Si mis películas poseen algún tema central, es que un hombre es más importante que las cosas que lo rodean. Tu no debes juzgarlo por su éxito, sino por la manera en la que se esfuerza.” Ese hombre del que hablaba Aldrich en esta oportunidad está representado por John Reisman, un Mayor cuya promoción ha sido ignorada por años por los numerosos problemas que ha tenido con sus superiores. Según el productor Kenneth Hyman, el director quería que Reisman fuese “el hijo de puta más cínico, desconfiado, sofisticado, anti-autoritario, mezquino y miserable que hayas visto en una película.” Teniendo esto en cuenta resulta difícil entender por qué John Wayne, quien era la personificación de la rectitud, fue considerado para interpretar este papel, el cual terminó rechazando cuando leyó un borrador del guion en el que se describía el amorío que Reisman tenía con la mujer de un oficial que se encontraba en el frente de batalla. Aun cuando el buen Mayor no tiene tiempo ni ganas para escuchar la opinión que sus superiores tienen de él, eso no significa que no esté completamente comprometido con la particular misión que se le ha encomendado, o que no esté dispuesto a tener mano dura con sus nuevos subordinados, amenazando incluso con volarles la cabeza si tienen la mala idea de intentar escapar de la base militar en la que están llevando a cabo su entrenamiento.

El comportamiento de Lee Marvin durante el proceso de rodaje sería tan conflictivo como la actitud de su personaje, al punto que protagonizó varios encontrones con Charles Bronson. Debido a su alcoholismo, era habitual que el actor provocara una serie de retrasos que no eran bien recibidos por el resto de sus compañeros de trabajo. Según Hyman, cierto día Marvin y Bronson debían rodar una climática secuencia en la que tenían que conducir un imponente camión semioruga a través del puente del castillo dominado por los nazis, todo esto mientras se desataba el caos alrededor suyo. Cuando se percataron que Marvin no estaba por ninguna parte, Hyman condujo hasta Londres, “derecho a la taberna Star Tavern ubicada en Belgravia. Lee estaba al final del bar aparentemente borracho como una cuba. Ahora, él era el hombre que debía conducir el vehículo a través del puente. Lo subí al automóvil y lo alimenté como si fuera un niño ocupando un tarro de café. Luego llegamos al set y estacionamos el vehículo. Bronson estaba parado tras el castillo esperando que Marvin se presentara. Cuando tomamos a Lee para bajarlo se cayó del automóvil. Charlie de inmediato dijo, `¡Maldita sea, voy a matarte Lee!`, a lo que yo respondí: ´No lo golpees, Charlie, no lo golpees.´” Como siempre, recuerda Hyman, Marvin logró reponerse a su borrachera y filmó la escena sin mayores problemas. “Hubo varios momentos durante la producción en los que él probablemente ni siquiera era capaz de pronunciar su propio nombre. Pero nunca podías estar seguro por la forma en como él se movía.” 



La trama de “The Dirty Dozen” está conformada de manera episódica, lo que provoca que tras dedicarle una buena cantidad de tiempo a la presentación de los soldados/criminales y los problemas que estos tienen con la figura del Mayor Reisman, la cinta se centre en el duro entrenamiento al que son sometidos estos hombres, para luego describir su desempeño en juegos de guerra, y finalmente se meta de lleno en el asalto del escuadrón al castillo nazi, cosa que sucede durante los últimos cuarenta minutos de metraje. Pese al tono heroico que intenta imprimirle la banda sonora de Frank De Vol a la ejecución de la misión encomendada a Reisman y compañía, el climático tiroteo final es más una masacre que una batalla, al punto que contiene escenas que resultaron altamente controversiales en su época. Es precisamente en ese momento que se hace patente la idea que Aldrich no tenía ninguna intención de crear un film cuyo objetivo fuese entregarle un mensaje al espectador, sino que su deseo era simplemente contar una divertidísima historia de aventuras. Esto no significa que “The Dirty Dozen” no posea peso dramático. En el fondo, se trata de una cinta acerca de la camaradería y de cómo incluso algunos hombres de comportamiento cuestionable, cuando se ven involucrados en circunstancias extremas, pueden actuar de manera heroica. Al mismo tiempo, el film de Aldrich se encarga de difuminar la línea que separa a los hombres buenos de los malos, convirtiéndose en una de las primeras producciones que postuló que en ocasiones los mejores soldados son aquellos que son marginados por la sociedad. Todo esto sumado a las buenas actuaciones de gran parte del elenco y a un espléndido apartado técnico, no solo convirtió a “The Dirty Dozen” en un éxito de taquilla, sino que también la hizo merecedora de cuatro nominaciones al Oscar, de los cuales obtuvo el galardón a los mejores efectos de sonido. Robert Aldrich jamás imaginó la importancia que tendría su film, el cual ha servido de influencia a decenas de directores desde su estreno, y cuyo éxito terminó impulsando la realización de tres secuelas que fueron emitidas en televisión y de una serie que solo tuvo once episodios.

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