Durante la primera mitad de la década del treinta, las producciones de los Estudios Universal protagonizadas por los llamados monstruos clásicos (Drácula, el Hombre Lobo, el monstruo de Frankenstein, etc.), marcaron lo que se conocería como la Edad de Oro del cine fantástico. Cuando el Estudio cambió de manos en 1936, el hijo del fundador de la compañía, Carl Laemmle Jr., intentó por todos los medios proseguir con este ciclo de películas. Sin embargo, la política de los nuevos dueños fue absolutamente tajante al respecto, lo que tuvo como consecuencia que entre 1937 y 1939 la Universal no realizara ninguna película de horror. Recién en 1939, a raíz del reestreno de “Dracula” (1931) y “Frankenstein” (1931) en varias salas de Norteamérica, los ejecutivos del Estudio se vieron obligados a reconocer el atractivo comercial de ese tipo de producciones, dando lugar a una segunda época dorada que irónicamente terminaría confinando al cine fantástico a la serie B por aproximadamente medio siglo. A mediados de la década del cuarenta, el público comenzó a aburrirse del cine fantástico, lo que provocó que nuevamente la Universal abandonara el género hasta el exitoso estreno del film de ciencia ficción del director Robert Wise, “The Day the Earth Stood Still” (1951). Fue así como se reformuló por completo la unidad B del Estudio, que durante un lapso de aproximadamente cinco años se volcó de lleno a la realización de cintas de aventuras, dramas bélicos y westerns, para incursionar en el ahora popular género de la ciencia ficción comenzando con “It Came From Outer Space” (1953), del director Jack Arnold.  

Sería el propio Jack Arnold quien eventualmente se convertiría en una de las figuras más importantes de la renovada unidad B de la Universal. Uno de sus tantos proyectos para el Estudio durante la década del cincuenta sería el relato no apto para aracnofóbicos, “Tarantula” (1955), cuya trama fue configurada específicamente para aprovechar el éxito obtenido por la cinta producida por los Estudios Warner Brothers, “Them!” (1954), del director Gordon Douglas, en la que un grupo de hormigas gigantes ponen en peligro el futuro de la humanidad. El guion escrito por Martin Berkeley y Robert M. Fresco, se basó en un episodio de la serie de televisión “Science Fiction Theatre” (1955-1957) titulado “No Food for Thought”, escrito por el propio Fresco. En dicho episodio, un científico y sus ayudantes participan en una serie de experimentos relacionados con la creación de alimentos sintéticos, los cuales terminan provocando efectos secundarios fatales en los animales de su laboratorio. En el caso de “Tarantula”, un hombre con horrendas malformaciones aparece muerto en el desierto de Arizona. El doctor Matt Hastings (John Agar), quien reside en el pueblo cercano de Desert Rock, es llamado por el Sheriff Jack Andrews (Nestor Paiva) para examinar el cuerpo. Es entonces cuando se descubre que el hombre fallecido era un biólogo llamado Eric Jacobs, quien aparentemente se encontraba trabajando junto al Profesor Gerald Deemer (Leo G. Carroll) en un proyecto del que nadie sabe nada. Intrigado por un caso que parece no tener explicación, al que eventualmente se suma una serie de extrañas circunstancias, Hastings decide investigar que esconde Deemer y si su proyecto está relacionado de alguna forma con lo sucedido.



Siguiendo gran parte de los clichés existentes en las historias protagonizadas por “científicos locos”, Arnold apunta al Profesor Deemer como el responsable de los siniestros acontecimientos que azotan a la localidad de Desert Rock, aunque también establece que esa estaba lejos de ser la intención inicial del científico. Y es que en su búsqueda por encontrar una solución que termine para siempre con el hambre a nivel mundial, Deemer y Jacobs desarrollan una droga pensada para aumentar el tamaño de diversos animales. En el proceso, a Deemer le inyectan la droga mientras una tarántula, que también estaba siendo sometida a los experimentos, luego de escapar del laboratorio del profesor comienza a crecer exponencialmente sembrando el caos a su paso. Víctima de sus buenas intenciones, de la ambición propia y la de sus colegas, y de sus intentos por jugar a ser Dios, Deemer se convierte en una suerte de antihéroe gótico cuyas horas están contadas, el cual termina siendo prisionero de su propia mansión/laboratorio debido a sus experimentos y al proceso de mutación provocado por su exposición a la droga. Esto lo acerca a personajes literarios que sufrieron un destino similar, como por ejemplo el Doctor Jekyll, Jack Griffin de la novela “El Hombre Invisible” de H. G. Wells, o el protagonista de la historia corta de George Langelaan titulada “The Fly”. Es en este escenario que la dupla heroica conformada por el Doctor Hastings y Stephanie Clayton (Mara Corday), quien trabajaba como asistente de Deemer, se ven inmersos en una carrera contra el tiempo cuyo objetivo es detener a la gigantesca tarántula antes de que destruya por completo al pueblo de Desert Rock y a sus habitantes.

Tal y como sucedió con muchas de las películas que formaron parte del ciclo de producciones de ciencia ficción que se realizaron durante la década del cincuenta en Norteamérica, en esta oportunidad Jack Arnold intenta advertirle al espectador acerca de los efectos no deseados del progreso y de los avances científicos, al mismo tiempo que busca establecer que la mayor amenaza para la supervivencia de la raza humana es el propio hombre. Lo que resulta interesante, es que el director inicialmente no presenta a la tarántula gigante como el elemento llamado a perturbar el orden social, sino que la señala como una representación de otras tensiones subyacentes, e incluso como una “víctima” de un problema mucho más profundo. El verdadero detonante de todos los acontecimientos que relata el film es la muerte de Eric Jacobs, y la posterior investigación que realiza el Doctor Hastings de la misma. Utilizando una mirada documentalista, Arnold comienza relatando lo que a todas luces parece ser una historia policial, la cual gradualmente va girando hacia los terrenos de la ciencia ficción. Si bien la intención original del director era jugar con el misterio y no revelar a la tarántula gigante hasta el final de la cinta, debido a la presiones del productor William Alland se vio obligado a insertar escenas que demostraran las andanzas del arácnido mientras este va aumentando de tamaño. 


El elenco en su totalidad realiza un buen trabajo, en especial Leo G. Carroll, quien se inspiró en los científicos que aparecían en las cintas de cine fantástico realizadas durante los años treinta y cuarenta, a la hora de interpretar el que sería uno de sus roles más icónicos. En el caso de la dupla conformada por John Agar y Mara Corday, aun cuando la subtrama romántica que protagonizan se ve algo forzada, la gran química que exhiben ambos actores facilita que esta al menos resulte creíble. Como dato curioso, cabe mencionar que en “Tarantula” tiene un cameo un joven Clint Eastwood, quien interpreta a uno de los pilotos que en el último tramo del film intenta destruir a la colosal araña. Por otro lado, si algo favorece enormemente al atractivo que posee la cinta, es su apartado de efectos especiales, los cuales más allá de ser rudimentarios terminan siendo bastante efectivos. Esto en gran medida se debió gracias al trabajo en conjunto del director artístico Alexander Golitzen, los decoradores Russell A. Gausman y Ruby R. Levitt, los artistas de efectos especiales Clifford Stine y David S. Horsley, y el director de fotografía George Robinson, cuyo trabajo junto a directores como Tod Browning, le otorgó la experiencia suficiente como para sacarle el máximo provecho posible a las escenas en las que la tarántula es divisada desde la distancia, las cuales ayudan a cimentar la idea que el arácnido es una amenaza en teoría imparable. “Tarantula” sería estrenada con gran éxito en los Estados Unidos. La crítica en su momento no solo destacó la multiplicidad de subtramas que eran reunidas de manera eficiente bajo el alero de una historia de ciencia ficción, sino que además resaltó la habilidad de Jack Arnold a la hora de imprimirle un grado importante de credibilidad a una premisa absolutamente fantástica, que es precisamente uno de los principales motivos por los cuales “Tarantula” sigue siendo recordada como uno de los grandes clásicos del cine protagonizado por monstruos gigantes.

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