A principios de la década del setenta, el actor Christopher Lee estaba ansioso por alejarse de las producciones enmarcadas dentro del género del horror gótico que lo habían lanzado a la fama para embarcarse en roles más interesantes. Algunos años antes, Lee había tenido la oportunidad de conocer al productor Peter Snell, quien estaba a cargo de la modesta productora British Lion, y al escritor y guionista Anthony Shaffer, con quienes habló acerca de la posibilidad de realizar un film juntos. Eventualmente Shaffer mostró cierto interés por adaptar la novela “Ritual” del escritor David Pinner, la cual fue desarrollada a partir de un guion que el mismo Pinner escribió para un proyecto del director Michael Winner que finalmente fue desechado. Para Shaffer, la historia de un policía devotamente católico que debe investigar el asesinato ritual de una pequeña niña ocurrido en una villa rural, calzaba perfectamente con su intención de realizar una cinta de horror centrada en la “vieja religión”. Fue así como junto a Lee pagaron £15,000 por los derechos de la novela, tras lo cual Shaffer se lanzó a la tarea de escribir el guion. Fue entonces cuando se dio cuenta que una adaptación directa de la historia de Pinner no funcionaría como él esperaba, por lo que terminó escribiendo un nuevo relato que solo se basaba levemente en la novela. Una vez que Lee leyó el guion terminado, contactó a Snell para invitarlo a participar en el proyecto. Tras otorgarle un modesto presupuesto a la producción y contratar al director Robin Hardy, quien ya había sido contactado previamente por Shaffer para revisar algunos aspectos del guion, Edward Woodward fue contratado para interpretar el rol protagónico del film, luego que Michael York, David Hemmings y Peter Cushing rechazaran el papel. Woodward había adquirido cierta notoriedad en Inglaterra gracias a su participación en la serie de televisión “Callan” (1967-1972), donde interpretaba a un espía de la inteligencia británica. Christopher Lee por su parte, se encargaría de personificar a Lord Summerisle, el aristocrático y misterioso regente de la isla donde se desarrolla la historia.

En “The Wicker Man” (1973), el Sargento Howie (Edward Woodward) es un oficial de policía escocés y un devoto cristiano, quien cierto día recibe una carta anónima que busca advertirle sobre la desaparición de una pequeña niña llamada Rowan Morrison (Gerry Cowper), quien supuestamente vive en la pequeña y retirada isla de Summerisle. Preocupado por la situación, Howie vuela en dirección a la isla solo para descubrir que ninguno de sus habitantes conoce a la niña en cuestión, ni siquiera su supuesta madre (Irene Sunters). Determinado a descubrir la verdad que se esconde tras la carta que recibió, Howie decide quedarse en la isla para investigar el caso. Con el correr de las horas, él atestigua como los aldeanos a diario realizan una serie de actos que a sus ojos son absolutamente blasfemos, los cuales se correlacionan con sus costumbres, sus necesidades, e incluso su educación. Eventualmente, el Sargento descubre que los habitantes de la isla en verdad son miembros de una gran comunidad pagana que vive en armonía bajo la dirección de Lord Summerisle (Christopher Lee), un misterioso aristócrata que parece saber más de lo que está dispuesto a admitir. Más temprano que tarde, Howie comienza a ser absorbido por un espiral de interrogantes y mentiras, el cual sin darse cuenta termina arrastrándolo a su propia perdición.

Debido a la actitud inicial del protagonista, para el espectador no resulta difícil asumir que en su ciudad natal Howie ha sido condicionado para creer que él encarna a la ley y que es una figura de gran autoridad, lo que posiblemente se ve reforzado por la actitud de respeto y obediencia que expresa cada una de las personas con las cuales se relaciona a diario en su trabajo. Erróneamente previo a su llegada a la isla de Summerisle, Howie está convencido que en la pequeña villa rural existe la misma cultura cívica que en el continente. Es por esto que apenas aterriza en el muelle de la isla, Howie expresa con confianza, “Yo, como pueden ver, soy un oficial de policía.” Horas más tarde, durante su estadía en el Green Man Inn, Howie interrumpe las frívolas actividades que están llevando a cabo los clientes del local solo para señalarles, “Creo que deben saber que estoy en una actividad oficial,” lo que básicamente lo sitúa como un hombre que cree fervientemente que todos los demás necesariamente están obligados a compartir sus convicciones o creencias por el solo hecho de representar a la autoridad. Sin embargo, a los locales de Summerisle no les importan demasiado las declaraciones ni las ínfulas de Howie. De hecho, los hombres que lo reciben a su llegada lo dejan ingresar a la isla a regañadientes, mientras que el resto de los habitantes de la villa le ocultan información con respecto a la niña desaparecida sin siquiera cuestionárselo. Los conceptos de vigilancia y fiscalización son algo extraño para ellos, quienes solo responden a la autoridad de sus dioses paganos y del líder de la comunidad, quien incentiva sus prácticas y se muestra contrario a limitar el libre albedrío de aquellos que conviven con él.  


Al menos durante el inicio del film, los habitantes de Summerisle son retratados como una comunidad pacífica y pintoresca que se muestran satisfechos con la forma en como auto gestionan su convivencia. De manera gradual, la concepción que tiene tanto Howie como el espectador acerca de Summerisle va cambiando a medida que los lugareños hacen gala de sus particulares costumbres. Por ejemplo, durante su primera noche en el lugar, tras compartir con los alegres y efusivos clientes del Green Man Inn, Howie es visitado en su habitación por Willow (Britt Ekland), la hija del dueño de la posada, quien intenta seducir al virginal policía bailando completamente desnuda frente a él. Si bien en un principio parece que los locales solo desean divertirse bajo el amparo del código moral que ellos mismos han diseñado, las cosas se vuelven más desconcertantes a medida que avanza la película. Cuando Howie visita la pequeña escuela de la villa, es recibido por un grupo de niños que están tirando una serie de serpentinas que están conectadas a un tótem. Mientras entonan una canción y bailan bajo la dirección de uno de sus profesores, el protagonista quien está viendo todo esto a cierta distancia, ingresa a una sala de clases llena de niñas que golpean sus pupitres con sus lápices intentando seguir el ritmo de la tonada. Cuando la canción y el baile concluyen, su profesora la señorita Rose (Diane Cilento), rápidamente comienza a hablar acerca de la naturaleza simbólica del falo en su marco religioso y cultural; “simboliza la fuerza generativa de la naturaleza”, le asegura a sus estudiantes. Howie quien escucha con asombro todo esto, eventualmente la interrumpe para mostrarle una fotografía de Rowan Morrison. Al igual que el resto de los residentes de Summerisle, la profesora y las niñas niegan conocerla, aun cuando Howie encuentra evidencias de su existencia en la lista de las estudiantes que componen la clase.

Cuando eventualmente Howie se encuentra cara a cara con Lord Summerisle con el fin de obtener respuestas, el protagonista es sorprendido por el aristócrata mientras observa atento un ritual pagano que está siendo llevado a cabo al aire libre por un grupo de personas totalmente desnudas. La conversación entre los dos hombres pronto gira en torno a la religión y a las prácticas culturales de los residentes de la isla; Howie aborrece el libertinaje sexual de la gente de Summerisle, y no duda en atacar las fundaciones lógicas de sus prácticas religiosas. Ya a estas alturas del film resulta evidente que Summerisle no solo está apartada geográficamente del resto del mundo, sino que también ideológicamente. Los principios de sus habitantes descansan fuertemente en un sistema de creencias que no tiene relación alguna con los avances de la ciencia, la sociología, o diversos estudios religiosos, lo que facilita que ellos acepten todo lo que es dictaminado por su líder espiritual sin cuestionárselo demasiado. Evidentemente, el accionar de los lugareños se contrapone a las convicciones personales de Howie, quien no duda en interpelar a gran parte de sus interlocutores cuando ve que amenazan las normas del cristianismo que fervientemente profesa. Cuando Lord Summerisle asegura que su gente venera activamente a los viejos dioses, Howie pregunta indudablemente enfadado, “¿Y qué sucede con el Dios verdadero? ¿Cuya gloria, iglesias y monasterios han sido construidos en estas islas por generaciones? Dígame señor, ¿qué sucede con Él?,” a lo que Summerisle responde, “Él está muerto. No puede quejarse, tuvo su oportunidad y como se diría hoy en día, metió la pata.” El concepto que Howie tiene sobre la religión es rígida y está alineada con la formación tradicional del cristianismo, lo que no solo provoca que sea un hombre reprimido que se niega a satisfacer sus deseos y sus pulsiones más elementales, sino que además no puede evitar sentirse ofendido y aterrado por el comportamiento de Lord Summerisle y sus seguidores.   


Edward Woodward realiza un gran trabajo interpretando al Sargento Howie, ya que retrata de forma convincente a un hombre rígido, determinado y sensible, cuyo comportamiento virtuoso se ve confrontado por un sistema de creencias que le resulta tan desconcertante como frustrante. Christopher Lee por su parte, interpreta de manera perfecta uno de los roles más interesantes de toda su carrera, por lo que no resulta extraño que el actor haya mencionado en numerosas oportunidades que esta fue la mejor interpretación de toda su filmografía. Lord Summerisle no solo se caracteriza por ser encantador, liberal, seguro, inteligente, y curiosamente aterrador, sino que además se muestra enormemente paciente con Howie cada vez que se enfrascan en discusiones acerca del comportamiento de los habitantes de la isla, incluso cuando el oficial de policía le enrostra enfadado, “Ustedes enseñan falsa biología, falsa religión… Señor, ¿estos niños nunca han oído hablar de Jesús?,” a lo que Summerisle responde tranquilamente, “Él mismo es el hijo de una virgen, embarazada, creo, por un fantasma…” El resto del elenco también realiza un buen trabajo, destacándose la participación de las actrices Britt Ekland, Ingrid Pitt y Diane Cilento, aun cuando sus roles son más bien reducidos. En cuanto al aspecto técnico del film, no solo resulta destacable la espectacular dirección de fotografía de Harry Waxman y la dirección de arte de Seamus Flannery, sino que también la atmosférica y recordada banda sonora del compositor Paul Giovanni, quien mezcla elementos propios de las baladas inglesas con otros presentes en los cánticos druidas y celtas para conformar una serie de canciones que son utilizadas en atractivos números musicales, cuyo objetivo principal es expresar las creencias de los habitantes de Summerisle.

Lamentablemente para gran parte de los involucrados en la producción, la historia de la distribución de “The Wicker Man” fue bastante tortuosa. Poco antes del estreno del film, la productora British Lion sufrió una serie de problemas financieros que provocaron que pasara a manos de la empresa multinacional EMI Group Limited, cuyos ejecutivos tras ver la cinta terminada le exigieron a Robin Hardy que eliminara aproximadamente 15 minutos de metraje, con el objetivo de convertirla en un producto más rentable. Supuestamente, cuando algunos años más tarde Hardy intentó estrenar la versión completa de la película, se enteró que el único negativo del metraje original al parecer había quedado enterrado bajo una autopista que se construyó sobre las antiguas dependencias que pertenecían a la British Lion. Afortunadamente, Peter Snell le había enviado previamente una copia del film original al productor y director norteamericano Roger Corman, con la intención que este le ayudara a distribuir la cinta en los Estados Unidos. Después de mucho trabajo y varios dolores de cabeza, Hardy logró conformar un corte de “The Wicker Man” de 94 minutos de duración, acercándose lo más posible a su versión original. Cuando finalmente la cinta fue reestrenada en 1979 fue alabada por la crítica, en especial por Frederick S. Clarke, el editor de la desaparecida revista Cinefantastique, quien no dudó en asegurar que la obra de Robin Hardy era “el Ciudadano Kane de las películas de horror”, afirmación que considerando la calidad del producto tanto a nivel técnico como temático no parece del todo exagerada, más aun considerando que ha sabido mantener gran parte de su encanto a más de 45 años de su estreno.  

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