Tras realizar una serie de películas de bajo presupuesto para los Estudios Columbia, el director William Castle se asoció con el escritor Robert Bloch, responsable de la novela “Psycho”, la cual había sido exitosamente adaptada por Alfred Hitchcock generando una serie de producciones que buscaban replicar la fórmula utilizada por el director británico. Cuando Bloch terminó de escribir el guion, Castle le ofreció el rol protagónico del film a la actriz Grayson Hall, quien había adquirido cierta notoriedad en el teatro avant-garde. Cuando la actriz rechazó el rol para privilegiar su carrera en las tablas, Castle contactó a Joan Blondell, quien de inmediato aceptó participar en el proyecto. Lamentablemente, tras sufrir un accidente en su casa poco antes de comenzar el proceso de rodaje, Blondell tuvo que abandonar la producción siendo reemplazada por Joan Crawford, quien recientemente había participado en la exitosa cinta de horror gótico “What Ever Happened to Baby Jane?” (1962). Aunque la actriz se mostró interesada en el proyecto, antes de aceptar el papel le exigió a Castle que su personaje debía convertirse en el centro de la historia, y además pidió parte de las ganancias de la producción y cierto grado de control en la elección del elenco. Para el rol de Carol Harbin, el director inicialmente había contratado a Anne Helm, una actriz conocida principalmente por su trabajo en televisión. Sin embargo, durante su primer día de ensayo estaba tan nerviosa por el hecho de trabajar con Crawford, que fue incapaz de proyectar su voz. Esto sumado a otros problemas que Helm tuvo con la veterana actriz, provocaron que su papel le fuese otorgado a Diane Baker, quien ya había trabajado con Crawford en el drama “The Best of Everything” (1959).
La introducción de “Strait-Jacket” (1964) consiste en la narración gráfica de Carol (Diane Baker), quien tras presenciar como su padre mantenía relaciones sexuales con su amante, fue testigo de cómo su madre asesinó brutalmente a la pareja con la ayuda de un hacha convenientemente situada cerca de la habitación. Una vez que su madre fue encerrada en una institución psiquiátrica para criminales dementes, Carol quedó a cargo de su tío Bill (Leif Erickson) y su esposa Emily (Rochelle Hudson). Como elemento de conexión entre el pasado y el presente, la mirada horrorizada de la pequeña Carol se convierte en la mirada ansiosa de una Carol adulta, quien le está contando el vergonzoso secreto familiar a su prometido, Michael (John Anthony Hayes). Esta transición que conecta el brote psicótico de Lucy Harbin (Joan Crawford) con el futuro supuestamente feliz al que puede aspirar Carol, sirve para marcar que la amenaza que representa el regreso de Lucy para la relación de Carol y Michael es uno de los temas centrales del film. 


Para Lucy, quien busca a toda costa restablecer la relación con su hija, tampoco será un regreso sencillo. Los horribles recuerdos de la noche que cometió los asesinatos la persiguen en todo momento, convirtiendo su vida en una pesadilla interminable. Lo que es aún peor, es que su propia familia se encarga de enrostrarle constantemente lo que hizo, a lo que se suma el hecho que en su nuevo hogar aún existen vestigios de su inestable pasado, como por ejemplo un álbum de fotografías que contiene varias fotos en las que su esposo aparece con la cabeza recortada. La conjunción de todos estos elementos eventualmente provocan que Lucy comience a comportarse de manera extraña, primero rejuveneciendo su imagen de forma exagerada, aparentemente con el fin de seducir al prometido de su hija, para luego dar paso a algunos breves ataques de ansiedad que resultan algo preocupantes. Sin embargo, la mayor amenaza para la inestable protagonista será la aparición de una serie de asesinatos que han sido cometidos con un hacha. ¿Es posible que Lucy haya regresado a sus andanzas, o alguien está tratando de volverla loca con el fin de deshacerse de ella? La respuesta a esta interrogante es revelada en el último acto del film, lo que le agrega una interesante capa de misterio al relato. 

Es innegable que Joan Crawford fue una actriz propensa a la sobreactuación, al punto que sus gestos exagerados y algunos de sus tics más comunes terminaron convirtiéndose en elementos de auto parodia. Sin embargo, en esta ocasión su excesivo histrionismo juega a favor de la historia, ya que la actriz logra proyectar una incontrolable ansiedad que por momentos resulta incómoda para el espectador, al mismo tiempo que establece que su personaje es una mujer frágil, temerosa, impredecible, e inestable. En la esquina contraria se encuentra Diane Baker, cuya interpretación no es del todo convincente, razón por la cual resulta difícil empatizar con su lucha para reconciliar su pasado con su futuro. Proyectar la mezcla de resentimiento, amor, y temor que siente Carol por su madre, se presentaba como todo un desafío para cualquier actriz, y lamentablemente Castle no era un director conocido por entregarles demasiada ayuda a los artistas con los cuales trabajaba. La principal consecuencia de la cuestionable labor de Baker, es que los elementos que buscan estresar a Carol por lo general son mucho más interesantes que su reacción a ellos. Una de las fuentes de ansiedad de la joven es Leo (George Kennedy), un hombre que trabaja en la granja familiar, quien constantemente está acechando cada uno de los movimientos de Carol y su madre, buscando alguna oportunidad para aprovecharse de ellas. 


En lo que al aspecto técnico se refiere, el film cuenta con el correcto trabajo de fotografía de Arthur E. Arlign y la irregular banda sonora del compositor Van Alexander. Lo que si resulta interesante, son los intentos por parte de Castle de estilizar la violencia presente en la película, mediante la inclusión de una serie de elementos propios del ideario artístico del Grand Guignol. Esto provoca que no solo rueden literalmente las cabezas de algunos personajes durante las escenas de asesinatos, sino que además la mujer que aparece en el logo de los Estudios Columbia termine siendo decapitada al final de la película. Sin caer de lleno en el gore, probablemente por temor a perder espectadores, Castle utiliza los crímenes como motores de la trama y como fuente de entretenimiento, tendencia que durante la década del ochenta se volvería popular en el subgénero del cine de terror conocido como slasher, convirtiendo a “Strait-Jacket” en un verdadero proto-slasher. Pese a obtener buenos resultados de taquilla, “Strait-Jacket” no fue bien recibida por la crítica que lamentaba el hecho que Joan Crawford se viera involucrada en una producción de estas características, que pese a tener cierto encanto más allá de sus falencias, vendría a marcar el ocaso de la carrera de la actriz cuya figuración en el cine terminaría con la mediocre cinta de ciencia ficción “Trog” (1970).

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