Un canadiense llamado Richard Hannay (Robert Donat) está en un teatro de Londres asistiendo a un espectáculo de variedades, cuando de repente se produce una gresca y resuena un disparo. En el consiguiente pánico, Hannay se encuentra a si mismo abrazando a una aterrorizada chica llamada Annabella Smith (Lucie Mannheim), quien lo convence de llevarla a su departamento. Una vez en el lugar, ella le confiesa que es una espía perseguida por unos peligrosos hombres que pretenden sacar un importante secreto del país. Esa misma noche Smith es asesinada, lo que obliga a Hannay a huir luego de ser acusado del crimen, involucrándose de esta forma en una complicada trama de espionaje que bien puede costarle la vida.

Luego del éxito obtenido por Alfred Hitchcock con la película “The Man Who Knew Too Much” (1934), en la que se trataban los temas del terrorismo político y el espionaje internacional, el director insistió en mantener los mismos ingredientes durante el tratamiento de la famosa novela de John Buchan, “Los 39 escalones”. El guionista Charles Bennet, quien había trabajado con el director en su anterior film, opinaba que aunque la novela de Buchan era poseedora de un buen ritmo narrativo, estaba totalmente desprovista de carácter, humor y potencial para atraer al público. A raíz de esto, Hitchcock y Bennet decidieron explotar dos aspectos de la realidad contemporánea: las noticias referentes a Hitler y su participación en la ascensión del fanatismo nazi, y la inclinación del público de la época por los elementos cómico-románticos. Al mismo tiempo, ambos sabían que la confusión y el temor a lo desconocido eran elementos valiosos que podían ser canalizados en una película. La dupla ya habían explotado esa arista en “The Man Who Knew Too Much”, al no revelar quién era el objetivo del intento de asesinato orquestado por los villanos de turno, o cual era el asunto internacional que se hallaba en juego. El elemento que servía como catalizador de una determinada historia, pero que a fin de no era necesariamente relevante para el desarrollo de la misma, sería patentado por Hitchcock con el nombre de “MacGuffin”. En el caso puntual de “The 39 Steps” (1935), el MacGuffin es una fórmula secreta que está en manos del protagonista, y cuya difusión quiere ser detenida a toda costa por sus perseguidores.

El proceso de adaptación de la novela se llevó a cabo durante las vacaciones de invierno de Hitchcock, Bennet, y sus respectivas familias en Saint Moritz. Ya de vuelta en Londres, el productor Michael Balcon les permitió contratar al dramaturgo Ian Hay para que escribiera los diálogos de “The 39 Steps”, quien en tan solo unos días le dio los toques finales al guion. Para interpretar al protagonista sería seleccionado el actor Robert Donat, a quien Hitchcock admiraba por su trabajo en el teatro. Donat, encantado con la idea de participar en una comedia romántica, acepto de inmediato la propuesta del director. Como su interés amoroso sería contratada la actriz Madeleine Carroll, quien para ese entonces ya ostentaba una larga carrera en el cine. Debido a que Donat y Carroll no se conocían previo al rodaje del film, Hitchcock, conocido por su peculiar sentido del humor, decidió sacarle provecho a esta situación. En la mañana del primer día de filmación, tras presentar a los actores, les explicó la secuencia que iban a rodar, y luego unió sus muñecas con un par de esposas. Tras ensayar la escena, se les dijo que a raíz de un problema técnico, era mejor que se fueran un rato a descansar. El único inconveniente era que nadie sabía dónde habían quedado las llaves de las esposas. A la hora del té, Hitchcock aseguró haber encontrado la llave, pero la verdad es que varias horas antes, el director se había asegurado de pedirle a un guardia del estudio que la escondiera. La razón que esgrimió Hitchcock para esta broma de mal gusto, fue que deseaba demostrar el drama que significaba estar esposado, el terror especial que se siente al estar inevitablemente atado, y en cierta medida, generar un vínculo entre la dupla protagónica.


“The 39 Steps” podría considerarse como el primer film de Hitchcock en presentar el recurso narrativo del “hombre injustamente acusado”. Al toparse accidentalmente con la atractiva espía Annabella Smith, Richard Hannay se ve involucrado en una compleja intriga en la cual tanto la policía, que cree que es culpable del asesinato de la mujer, como una peligrosa red de espionaje que opera bajo el nombre de “Los 39 Escalones”, que desea saber que la ha dicho Smith antes de morir, buscan dar con su paradero. El épico juego del gato y el ratón en el cual se ve envuelto, lo lleva a embarcarse en un viaje a través de las brumosas colinas de Escocia, donde se topa con una serie de coloridos y sospechosos personajes, entre los cuales se encuentra una mujer llamada Pamela (Madeleine Carroll), la cual se ve inexorablemente atada a quien ella cree que es un prófugo de la justicia. Si bien Hitchcock utiliza la universalidad de la intriga política, el miedo a lo desconocido, y los peligros de la corrupción, para proveer de suspenso a la cinta, uno de los temas centrales de la historia es la relación de confianza que se establece entre la dupla protagónica, y como esta va evolucionado a medida que avanza la trama. Al mismo tiempo, el director se encarga de contrastar la dinámica de la pareja protagónica con otras parejas que aparecen a lo largo del film, como por ejemplo la conformada por un viejo granjero de marcadas tendencias religiosas (John Laurie) y su joven y sumisa esposa (Peggy Ashcroft), o aquella compuesta por el aparentemente respetable Profesor Jordan (Godfrey Tearle) y su esposa (Helen Haye).

El caos existente durante gran parte de la cinta, es contenido en el clímax de la misma, en el cual como sucede en una buena cantidad de películas de Hitchcock, el héroe sale de su aislamiento forzado para integrarse nuevamente a la sociedad, agradecido de poder haber salido con vida del problema en el que se vio accidentalmente inmerso. Hannay, que es un fiel representante de los héroes existentes en el universo hitchcockiano, tras tener la oportunidad de presenciar diversas realidades dominadas por el anhelo y la desesperación, y luego de ver interrumpida su solitaria y socarrona existencia por la aparición de una hermosa mujer en peligro, termina buscando a alguien con quien poder establecer una conexión emocional. Sin embargo, Hitchcock no era necesariamente un director propenso al sentimentalismo: Tras la resolución del problema principal del protagonista, no existe ningún indicio de que su felicidad o la de los demás esté asegurada, ni que Hannay siga vivo al día siguiente. 


Afortunadamente para el funcionamiento de la historia, la dupla protagónica realiza un magnífico trabajo, y además exhiben una química que traspasa la pantalla. Richard Donat, acostumbrado a interpretar roles de galán durante la década del treinta, encarna sin mayores inconvenientes a un hombre que pese a encontrarse en graves problemas, se muestra encantador y no pierde su sentido del humor. Madeleine Carroll por su parte, interpreta de gran manera a una mujer independiente que se atreve a decir lo que piensa, y quien pese a su desconfianza inicial no puede evitar sentir algo por su improvisado secuestrador. En cuanto al aspecto técnico de la producción, visualmente “The 39 Steps” es una cinta sumamente atractiva. Hitchcock junto al director de fotografía Bernard Knowles, crearon una serie hermosas escenas en las que se resaltan las locaciones en las que transcurre el relato, y mediante la inteligente utilización de la luz y la sombra, lograron configurar de forma eficiente la atmósfera opresiva que domina al film. La sensación de constante peligro y la incomodidad experimentada por Hannay, se ve realzada por la ausencia casi total de música de fondo. Si bien la inclusión de piezas musicales por lo general sirve como indicador de lo que está sucediendo en la pantalla, en esta ocasión el uso del silencio como elemento generador de tensión funciona a la perfección, ya que también refleja el sentimiento de alienación y desconfianza del protagonista.  

“The 39 Steps” presenta un ritmo narrativo trepidante, configurado por una situación de tensión tras otra, que por momentos son aplacadas por pequeñas dosis de humor negro. La que por muchos críticos es considerada como la primera obra maestra del director británico, responde en gran medida a su filosofía creativa. Según declararía el propio Hitchcock: “No filmo nunca un trozo de vida porque esto la gente puede encontrarlo perfectamente en su casa, en la calle, o incluso delante de la puerta del cine. Por otra parte, rechazo también los productos de pura fantasía, porque es importante que el público pueda reconocerse en los personajes. Rodar películas para mí, quiere decir en primer lugar y ante todo contar una historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero jamás banal.”.

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