Entre los años 1959 y 1972, el productor alemán Horst Wendlant bajo el alero de la compañía germano-danesa Rialto Film, realizaría una serie de adaptaciones cinematográficas de la obra del escritor de misterio británico Edgar Wallace. La primera de estas adaptaciones sería “Der Frosch mit der Maske” (1959), cuyo inesperado éxito llevó a la Rialto a filmar un total de 32 producciones, que con el tiempo fueron forjando un verdadero seguimiento de culto tanto en Alemania como en otros países de Europa. En gran medida, la primera etapa de estas adaptaciones, las cuales le dieron vida al subgénero conocido como Krimi, estaría fuertemente influenciada por el expresionismo alemán, el horror gótico, y las historias clásicas de detectives. Esta rica mezcla de influencias, generó que en muy contadas ocasiones las adaptaciones siguieran al pie de la letra la fuente original, lo que dio como resultado que se mezclaran elementos tan diversos como siniestros castillos, callejones desiertos sumidos en la típica niebla londinense, bandas de criminales dirigidas por misteriosos jefes, y despiadados asesinos ocultos bajo vistosos disfraces, entre otras cosas. En el caso particular de “Der unheimliche Mönch”, cuyo guion escrito por Joachim Bartsch y Fred Denger está basado en la novela “The Terror” publicada en 1930, se repite una vez más la atractiva fórmula que propició el éxito comercial de estas cintas.

En “Der unheimliche Mönch” (1965), poco antes de morir el patriarca de la familia dueña del castillo de Darkwood, decide desheredar a sus hijos para dejarle todo su vasto patrimonio a su nieta Gwendolin (Karin Dor), cuyo padre se encuentra en prisión por asesinato. Poco después de comunicada la polémica decisión, el coche del notario encargado de validar el testamento sufre un curioso accidente, tras el cual el documento desaparece. De manera inexplicable, el testamento llega a manos de Sir Richard (Siegfried Lowitz), uno de los hijos del fallecido, quien les ofrece a sus hermanos la posibilidad de repartirse la herencia a escondidas de Gwendolin. Con el afán de protegerla de sus codiciosos hermanos, Lady Patricia (Ilse Steppat) invita a su sobrina a quedarse en el castillo, el cual ahora es utilizado como un internado para señoritas. El único inconveniente es la presencia en los alrededores de un misterioso sujeto vestido con un hábito de monje, el cual es conocido por los lugareños como “el encapuchado”, quien en el último tiempo ha estado cometiendo una serie de asesinatos con la ayuda de un látigo. Ante la aparición de nuevos cadáveres, desde Scotland Yard envían al Inspector Bratt (Harald Leipnitz) y al mismísimo Inspector en Jefe, Sir John (Siegfried Schürenberg), para descubrir la identidad y los planes del implacable asesino antes de que sea demasiado tarde.


Dentro de las adaptaciones cinematográficas alemanas de la obra de Edgar Wallace, por lo general es posible distinguir tres grupos de personajes; están aquellos que simbolizan el bien y la justicia y que habitualmente terminan triunfando, que en este caso están representados por el Inspector Bratt, Sir John y Gwendolin; aquellos de carácter débil que inevitablemente terminan sucumbiendo ante su propia codicia, pero que de todas formas se les otorga la oportunidad de redimir sus actos, que vendrían siendo el trío de hermanos compuesto por Sir Richard, Lady Patricia, y Sir William (Dieter Eppler); y por último están los malvados criminales que raramente escapan del asedio policíaco, y que están más allá de cualquier tipo de redención. Además de esta subdivisión de personajes, en las adaptaciones realizadas por la productora Rialto los encargados de resolver los crímenes de turno e impartir justicia, rara vez responden al estereotipo del detective sagaz presente en las novelas de misterio. En el caso puntual de “Der unheimliche Mönch”, mientras que Sir John, quien es nada menos que el jefe de la prestigiosa Scotland Yard, es un tipo más bien torpe y lascivo cuyas buenas intenciones no siempre se traducen en resultados, el Inspector Bratt es un hombre algo impulsivo que rara vez se detiene a analizar las pistas que va descubriendo durante el curso de la investigación, lo que provoca que constantemente se esté metiendo en problemas de difícil solución.

En la vereda contraría se encuentran los personajes femeninos protagónicos de las adaptaciones de la obra de Wallace, ya que por lo general se caracterizan por ser mujeres sencillas, de carácter decidido y de atractiva personalidad, que es precisamente el caso del personaje interpretado por Karin Dor. Debido a su carácter resuelto, Gwendolin no duda en salir del castillo de Darkwood pese a las numerosas advertencias de la policía, cuando recibe una nota anónima que le ofrece la posibilidad de conseguir pruebas que pueden ayudarla a exonerar a su padre, quien supuestamente se encuentra en prisión debido a un asesinato que no cometió. El hecho que la mayor preocupación de la protagonista sea probar la inocencia de su padre, y no resguardar su vida hasta que el psicópata que la acecha sea capturado por la policía, le otorga a esa subtrama una sensación de urgencia que permite que se torne tan interesante como el misterio central del film.


El elenco en general realiza un estupendo trabajo, destacándose la labor de Harald Leipnitz, quien interpreta con aplomo al rudo e intrépido Inspector Bratt, cuya actitud es contrastada en numerosas oportunidades con la del personaje interpretado por Siegfried Schürenberg, quien es el encargado de aportar con pequeños toques de comedia que vienen a romper la tensión generada por la trama central. Cabe mencionar que ambos actores se convertirían en parte del elenco habitual de las adaptaciones de la Rialto, en especial Siegfried Schürenberg, quien interpretaría al torpe pero carismático Sir John en doce oportunidades. Algo similar sucedería con Karin Dor, quien además de realizar un estupendo trabajo en “Der unheimliche Mönch”, con el tiempo se convertiría en la más icónica de las llamadas “chicas Wallace”, lo que eventualmente le permitió convertirse en una “chica Bond” en el film “You Only Live Twice” (1967), y trabajar con Alfred Hitchcock en “Topaz” (1969). Por otro lado, en lo que se refiere al aspecto técnico de la producción, resulta destacable la sólida dirección de Harald Reinl, el magnífico trabajo de fotografía de Ernst W. Kalinke, el atractivo diseño de producción de Walter Kutz y Wilhelm Vorwerg, y la frenética banda sonora del compositor Peter Thomas, la cual en gran medida marca el tono estrambótico que por momentos domina a la cinta.

“Der unheimliche Mönch” sería la entrada número veinticuatro de la serie, y fue la última que se rodó en blanco y negro. Durante los años siguientes, las adaptaciones se volverían aún más extravagantes y comenzarían a evidenciar la influencia tanto a nivel estético como narrativo que en aquel entonces estaban ejerciendo en toda la industria cinematográfica europea los filmes de James Bond y el cine de terror italiano, en específico el subgénero del giallo. Lo que para muchos significó una atractiva renovación de la fórmula utilizada en el subgénero del Krimi, para otros tantos dio pie a un notable declive de la calidad de estas producciones, la que a fin de cuentas terminó por sepultar la lucrativa empresa de la Rialto. El gran mérito de estas producciones de bajo presupuesto que en numerosas oportunidades se vieron obligadas a reciclar sets, objetos de utilería, efectos de sonido, e incluso algunas escenas, es que fusionaron con éxito tramas de misterio, personajes coloridos, explosiones de creatividad, humor negro y escenarios atractivos, entre otras cosas, lo que permitió que el Krimi ostentara una fórmula distintiva e irrepetible. “Der unheimliche Mönch” no solo tiene una relevancia histórica importante dentro del subgénero, sino que además es un film repleto de interesantes giros de tuerca, pequeños toques de extravagancia, y algunas dosis de humor negro, elementos que mezclados en su justa medida son sinónimo de diversión asegurada.

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